Hoy en que se habla tanto de que hay que revitalizar las instituciones. Y de que es necesario hacer una paulatina recomposición de las mismas, donde cada uno asuma con responsabilidad el rol que tiene que desempeñar, estamos convencidos en que debemos anteponer a los propios intereses el bien común. Esto implica cumplir por parte de todos: objetivos, metas y propósitos, respetando las leyes, normas y reglas. Esto viene íntimamente unido a la eficiencia. Sarmiento decía que había que "institucionalizar la eficiencia tanto en lo público como en lo privado".

Viene a nuestra mente esta consideración por una conversación que tuvimos con el Ing. Augusto López, sobre la época pasada de la docencia. Los orígenes, desarrollo del antiguo y querido Profesorado Secundario Domingo F. Sarmiento de nuestra ciudad, donde la eficiencia era reconocida y hasta exigida, porque autoridades, el cuerpo de profesores y personal sin distinción ninguna, tenían la autoridad suficiente y lucían las virtudes cívicas entre las cuales estaba el comportamiento personal.

Ha pasado el tiempo que todo lo mitiga, pero el recuerdo de la institución y del cuerpo de profesores no ha envejecido. Tiende siempre a aflorar. Esa autoridad tan necesaria para las instituciones, en el Profesorado la respirábamos y vivíamos. En aquel tiempo también la veíamos en otras partes y en personas íntimamente ligadas a la docencia como en la Facultad de Ingeniería de la entonces Universidad Nacional de Cuyo.

Coincidimos con el Ing. López al evocar la figura de varios de aquellos docentes que se distinguieron en el momento, como: al Dr. Carlos Ulrico Cesco, de quien fuimos alumnos en el lejano tiempo de la adolescencia, allí conocimos su primer dolor: la cesantía en su cargo. Luego nos distinguió con su amistad, era una persona íntegra que conjugaba su yo con el mundo exterior. Era Cesco el prototipo del sabio: Atento, sencillo, humilde como pocos. Tenía una personalidad plena, y así lo manifestamos por DIARIO DE CUYO, el 11 de noviembre de 1987 con motivo de su fallecimiento.

La otra persona que evocamos fue Carmen Peñaloza de Varese. Cuando "la voz de las aulas le dijeron adiós" para hacerle la nota necrológica consultamos el currículo y grande fue la sorpresa apenas una página. Datos personales y dos o tres cargo que ocupó.

A ella la recordamos también por DIARIO DE CUYO el 18 de septiembre de 1994. Como recordábamos la época y casos risueños que los definía como eran, evocamos la figura de monseñor Italo S. Di Stéfano como ejemplo al hablar de currículo de figuras de aquel momento: Con motivo de una visita a nuestra ciudad, que hizo el Nuncio Papal Mons. Ubaldo Calabresi, se les invitó a un acto que en la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes. Para eso se le solicitó el currículo. Lo llevó en sobre cerrado y al momento de abrirlo quedamos todos perplejos. Solo consignaba nombre, lugar y fecha de nacimiento y donde había estado antes de venir acá.

También evocamos las figuras de Nissen, que donaba sus sueldos para la biblioteca y al Dr. Aparicio, entre muchos otros.

Todos ellos figuras de primerísimo nivel que cuando llegaban a un lugar la gente los aplaudía de pie. A los papeles no les daban importancia, porque su sola presencia infundía respeto, y admiración. Eran verdaderos maestros.

Todos engrandecieron las instituciones, porque con gran eficiencia y responsabilidad transitaron sus caminos tanto en lo público como en lo privado. Parecía que tenían una resistencia mental a colocar en el papel lo mucho e importante que hicieron.

Sobresalen como ejemplo, ya que en los tiempos presentes lo que importa parece ser que son los papeles. Mientras mas mejor. Esto nos hizo recordar un artículo escrito por Asher Benaton titulado" Currículo SA" donde dice que "algunos son verdaderas obras de fantasía y que tratan de crear una realidad que no es tal. Están solo en la imaginación de quién los escribe. Parecen novelas de ficción".

Generalmente la ineficiencia, va unida a la burocracia que todo lo entorpece, nos lleva a pensar en un ingenioso epitafio sugerido por una persona víctima de la misma y que con ingenio sugirió ponerlo en la tumba del burócrata: "Aquí yace uno que escribió su nombre en el agua."

Otros se ponen a una altura que no se tiene ganada si no es por el dedo del mandamás. Por eso se presentan frondosos currículos sin las probanzas necesarias. A la larga eso trae problemas. Ya que "el que se sube a una altura y no haya por donde bajarse. Vaya al diablo a quejarse quién lo mandó que se suba".

En cambio las figuras arquetípicas evocadas tuvieron vida propia y refulgente, fueron como palmas heroicas. Hoy los recordamos como verdaderos maestros, que signaron la vida y profesión de miles de personas.