La renuncia de Luis Caputo como presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), vigésimo tercer funcionario de la máxima autoridad monetaria desde el regreso de la democracia en 1983, más allá de lo inoportuno en cuanto a su concreción e independiente de las razones que justifiquen la misma, da pie para que reflexionemos sobre la crisis de institucionalidad por la que atravesamos, mal que como argentinos hemos tenido la irresponsabilidad de hacer realidad y es hoy uno de nuestros principales padecimientos.
Creo oportuno que partiendo de la base que "institucionalidad” es el conjunto de creencias, ideas, valores, principios, representaciones colectivas, estructuras y relaciones que condicionan las conductas de los integrantes de una sociedad, caracterizándola y estructurándola, analicemos cuáles son los motivos por los que gran parte de las instituciones del país, sean estas públicas o privadas, nacionales, provinciales o municipales, con fines económicos o filantrópicos atraviesan una crisis de representatividad y credibilidad que las aleja de los objetivos que justificaron su creación.
El fortalecimiento institucional en paralelo a la pérdida de personalismos nefastos requiere de un compromiso de la sociedad en su conjunto.
Entiendo que las causas que originan estas carencias mencionadas en las instituciones son: 1) Alejamiento del cumplimiento de la misión que fue el motivo de su creación. 2) Falta de mecanismos idóneos en la elección de autoridades con valores éticos y morales. 3) Falta de control de gestión institucional. 4) Personalismos que trascienden la institución.
Bajo estos 4 puntos propongo al lector que evalúe la institución de la cual forma parte ya sea esta profesional, laboral o social, y bajo una mirada crítica y reflexiva verifique si estas debilidades se verifican. Tengo el pleno convencimiento que los resultados nos sorprenderán, encontrando falencias comunes y transversales a cualquier tipo de institución, parte del folclore nacional que debe ser erradicado.
Si hay algo que sobra en nuestra sociedad son los malos ejemplos. Cumplimiento de la misión: ya sea por causas internas a la institución o por condicionamientos externos, los objetivos institucionales se desvían, en el caso mencionado del BCRA el cumplimiento de una política monetaria y fiscal responsable, ha sido externamente desvirtuado por el poder político de turno, adecuando su funcionamiento estrictamente a necesidades políticas. En otro ejemplo, instituciones como las sindicales han confundido su objetivo fundamental de defensa de los derechos de trabajadores, bajo un sinnúmero de actividades comerciales, políticas, deportivas y financieras, que desvirtúan el objeto de su creación. Poderes legislativos que funcionan como escribanía del Ejecutivo y un Poder Judicial al servicio del gobernante de turno son otros ejemplos de incumplimiento de la misión institucional.
Mecanismo de elección de autoridades: instituciones que son de todos y de nadie, la falta de compromiso y dedicación en su gestión, en paralelo a mecanismos poco democráticos en la elección de autoridades, son el medio ideal para la llegada de oportunistas y delincuentes que carentes de valores éticos y morales usufructúan las mismas en beneficio propio, provocando a la par de su quiebre económico el daño colateral de su falta de credibilidad y representatividad.
El perpetuarse en el poder con el manejo discrecional de fondos, se suma la inexistencia de mecanismos de control de gestión, falta de regulaciones y legislación específica sobre ese control, facilitan el armado de esquemas de corrupción, que se generalizan y se comienzan a ver como normales para mantener un status-quo en beneficio de pocos y en perjuicio de los representados.
Personalismos que trascienden la institución: el manual básico de las instituciones nos indica que las mismas trascienden a las personas, sus funcionarios son gestores coyunturales en su operación y logro de objetivos, esto en un esquema de normalidad que no es precisamente el que nos caracteriza como argentinos.
Personalismos que van más allá de las instituciones que representan, son la norma y no la excepción. La comunidad de familias sindicales, políticas y judiciales, se perpetúan en el poder de las instituciones trascendiendo generaciones.
De esta forma la institución se transforma en el ámbito y refugio de pocos, que ante uno que otro osado proceso judicial, es el mecanismo de defensa ideal. Las banderas de los fueros legislativos, la inmunidad ante la persecución sindical y el corporativismo empresarial, salen a relucir en defensa de delincuentes.
En oportunidad del último paro nacional fuimos testigos de la falta de credibilidad institucional, un paro con fuertes fundamentos, con un gobierno sin plan económico que ajusta sobre los eslabones más débiles de la sociedad, fue desacreditado por la falta de credibilidad de sus figuras sindicales, las palabras tendientes a reivindicar derechos válidos e irrefutables que se reclaman, sonaron huecas en boca de sindicalistas millonarios e imputados judicialmente. La "señora República" encarnada por la Dra. Carrió o la "señora Estado", título que se autoproclamara Cristina Kirchner son ejemplos burdos y extremos de nuestra falta de institucionalidad.
Está en cada uno de nosotros como miembros de la sociedad y desde el lugar que nos toque ocupar, el comenzar a mejorar las instituciones de las cuales participamos, y elegir a quienes nos representen sobre la base de la idoneidad, honestidad y vocación de servicio.