A medida que se aproxima el inicio del ciclo lectivo, crecen las presiones por parte de los gremios docentes para comenzar el dictado de clases, al tiempo que aumentan las dudas de padres y alumnos respecto a si vuelven a las aulas. Lamentablemente el hecho se ha venido tornando común. Nadie puede dejar de atender al efecto hondamente perjudicial que estos hechos tienen en la vida de los alumnos, de las familias, de la sociedad argentina. El no comienzo de un ciclo lectivo repercute sobre la motivación por el estudio y la disciplina del alumnado, resiente los aprendizajes, perturba el ritmo y la organización de la vida familiar, deteriora el funcionamiento de las escuelas y altera las expectativas sociales. Y todo esto, sin dejar a cambio beneficio alguno, ni aportar absolutamente nada a la solución efectiva de las dificultades reales, cuando el país sufre ya demasiados males morales y materiales que desgastan sentimientos y voluntades. En la mayoría de los casos, mientras funcionarios y gremialistas dirimen propuestas, los alumnos quedan ubicados como rehenes inocentes en una "tierra de nadie" en la cual se olvidan sus derechos a la educación. Reaparece, así, un juego de contradicciones. De un lado, se alienta a los alumnos al estudio y, simultáneamente, se los desalienta con la ingrata realidad de una escuela que no abre sus puertas para comenzar un nuevo período de estudio.
Es menester que autoridades y representantes de los docentes puedan encontrarse para dialogar, proponer y buscar juntos una solución que no genere conflictos sino por el contrario, ayude a resolverlos de modo razonable. El beneficio no será sólo para un sector sino para toda la sociedad. Es hora de que los argentinos empiecen a convivir de otra manera, sin medidas de fuerza recurrentes e improductivas la mayoría de las veces, y sin decisiones arbitrarias.
El arte del diálogo expresado en el intercambio de propuestas sigue siendo el único camino para lograr acuerdos duraderos y positivos. Hay que repetir una verdad obvia: el tiempo perdido es irrecuperable y de nada valen luego decretos que promuevan a alumnos que no pudieron estudiar, como ha ocurrido, ni el empleo de "estrategias pedagógicas" que pretendan disimular el vacío de los aprendizajes.
Como lo hemos dicho en esta columna editorial en múltiples oportunidades, la educación es uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad que quiera avanzar, en este tiempo, por la senda del crecimiento sostenido y del pleno desarrollo de sus energías espirituales y materiales.