Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc 4,35-41).
El evangelista Marcos señala dos detalles: "crucemos", y vamos "a la otra orilla". Eso fue al atardecer. La tarde es el puente lanzado hacia el mañana. Es el signo de la jornada que se ha concluido y de la que sabemos como nos ha ido. Luego entra el tiempo de la noche que nos separa del mañana y que nos puede parecer que está lejos, que falta tiempo, por lo que podríamos ahorrarnos la ansiedad. Creo que este primer signo del paso de la tarde a la noche indica que es el final del gobierno humano. En el anochecer no puedo hacer nada hasta el día siguiente. El mundo continúa sin mí. Por eso en la Sagrada Escritura, el sueño es siempre el lugar o momento de las revelaciones, donde Dios sigue hablando, actuando, gobernando.
Los discípulos llevaron a Jesús a la barca. Un pedazo de leño que atraviesa el abismo del mar salvando la vida. La travesía del mar es imagen de la existencia humana, y la barca es la comunidad: el mundo, donde Jesús está con nosotros. La cruz es el leño con el que Jesús ha atravesado la muerte pasando a la vida. Atravesamos borrascas y tempestades inevitables aunque necesarias, porque las crisis también ayudan a crecer y a creer. "Había otras barcas junto a la suya". Son nuestras barcas: la tuya, la mía, la nuestra. Todos, creyentes y no creyentes debemos atravesar el mar de la vida, con la diferencia que quien cree sabe que al lado de nuestra barca está la de Jesús. Duerme junto a nosotros, porque él no abandona a nadie.
"Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua". De noche se desencadena el infierno. Noche, vendaval, olas, abismo: son todas imágenes de muerte. En el Antiguo Testamento, el mar es presentado como una potencia hostil.
"Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal". El evangelista Marcos subraya con este detalle que el Maestro estaba cómodo. Nosotros no somos capaces de descansar en medio de las olas. Tenemos tal deseo de "gobernar" todo, que no llegamos a ser capaces de tener paz. No sabemos vivir. La actitud de Jesús es claramente provocativa. El Maestro no desespera. La oscuridad de la noche prueba si tenemos fe o no. Los discípulos quieren llegar a la otra orilla sin pasar a través de la prueba. Sin embargo, la prueba es esencial para el discípulo, y sólo quien permanece de pie en la prueba, muestra su adhesión a Dios.
"Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Pareciera que para los discípulos, es más importante el miedo de morir, que la presencia de Jesús. Confunden su silencio con una ausencia. "Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma". Entregarse a la angustia nos lleva a debilitarnos en las fuerzas espirituales para terminar creyendo que el mal vencerá. Desgraciadamente el demonio tiene muchos aliados: son los pesimistas. Son los que sólo se quejan y lamentan.
"El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Los discípulos no habían entendido que hay que sepultar los propios miedos. Es que el miedo es lo contrario a la fe. Es que la fe nos invita a descansar también junto a Jesús. Miedo y confianza son dos sentimientos opuestos que luchan en el corazón del hombre. El miedo viene de la conciencia del límite, de aquello que podemos hacer. La confianza proviene de saber lo que es Dios y de aquello que Dios puede hacer por nosotros. Me temo una sospecha: que Dios cree en nosotros y que nosotros no creemos en Dios. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Con Jesús a bordo, no se naufraga.
Por Pbro. Dr. José Manuel Fernández
