Suele ser impiadosa la lógica de la distancia. Le sucede a los novios que encuentran el fuego apagado cuando intermedian los kilómetros, a los amigos que se quedan lejos y aún a los familiares que dejan de frecuentarse.
El calor de las relaciones personales, la vigencia de los actos de presencia, la imagen firme, todos beneficios derivados por el hecho de estar. Su opuesto, la ausencia, describe la parábola inversa: el frío, el olvido, la imagen desdibujada.
El (aún) intendente de Rawson, Mauricio Ibarra, hizo ejercicio de esa lógica para rediseñar su destino político. Acaba de ganar el derecho de ocupar una banca en la Cámara de Diputados de la Nación pero el largo tiempo que tuvo para meditar después de los festejos -en una elección que tuvo sólo eso para festejar-, lo ha hecho reflexionar sobre si irse a Buenos Aires será bueno para sus expectativas políticas en San Juan.
Nadie sabrá si el plan de Ibarra era la entrega en episodios de una estrategia diseñada con anterioridad: que en todo momento supo que no renunciaría como intendente, pero fue buscando el momento propicio para anunciarlo. O si la evolución de los acontecimientos y el clamor de los militantes -ese lugar común tan empleado cada vez que un dirigente político busca darle argumento a sus pasos- hicieron modificar el criterio.
El asunto es que Ibarra acaba de sacudir la modorra de un tablero político local aún haciendo la digestión, y lo puso patas para arriba. Anunció que asumirá su banca en el Congreso, como había anticipado en todo momento de la campaña, pero que estudia si renunciará a la intendencia de su departamento, como había afirmado que haría, en una clara corrección de voluntades.
La línea argumental fue la distancia. Se preguntó en voz alta el intendente si irse del sillón ejecutivo de un municipio de una alta exposición pública será lo indicado para sus expectativas de convertirse en candidato a gobernador en menos de dos años.
Lógico, la respuesta es no. Pero lo extraño del asunto es que siempre la respuesta a esa pregunta fue no, y aún así hizo lo imposible para ocupar el lugar de aspirante a legislador que lo pusiera a espadear contra el giojismo.
Vade retro, entonces. Ahora, ante esa evidencia de que la distancia seguramente será una piedra en el camino provincial, Ibarra acaba de pisar el freno para coquetear con la chance de pedir licencia y disponer de la posibilidad de volver a Rawson.
El gesto de esta semana dispone de algunas lecturas conexas que son de interés.
– Primero, la curiosidad de que un dirigente político anteponga públicamente sus intereses políticos por sobre los institucionales. Ibarra argumenta que estará o no en el municipio de acuerdo a cómo eso le caiga a su futura candidatura.
Lo raro no es que lo haga, sino que lo confiese. Hay que decir que siempre los dirigentes políticos toman decisiones de acuerdo con su propio estómago, bien lejos del interés general, pero también siempre buscan atajos dialécticos para justificarse: hablar del interés del ciudadano o hasta de algún repentino problema de salud.
¿Qué irá a decir en el caso en que decida volver?, ¿que lo hace por qué razón?. Será difícil mantener el ataque de honestidad y argumentar que vuelve porque estará en mejores condiciones de pulsear por la Gobernación, sin agregar algún motivo que interese al ciudadano.
– Segundo, este nuevo paso supone una revelación tácita de que lo realmente movilizante para Ibarra es el ejecutivo de la provincia, y no la banca en el Congreso. Nada pecaminoso en los caminos jerárquicos de la provincia, que sí por lo general sus protagonistas intentan esconder.
Antes de asumir, podrá descubrir que la llegada al parlamento es una estación intermedia de eficiencia incomprobable para llegar a los cargos ejecutivos. En los últimos tiempos, Gioja y Avelín lo consiguieron, pero son la excepción.
– Tercero, que su irrupción como candidato a gobernador en el espacio que conjuga al PJ disidente junto al PRO no está tan clara como lo estaba antes de la elección de junio.
Bien en la intimidad, en el grupo no tendrán problemas en admitir que esperaban otra cosa del resultado de las urnas, más allá del triunfo de haber colocado a un diputado nacional.
Pero bordear el 18% no pudo ser dado por bueno en una elección en la que jugaban con varios puntos a favor, como una referencia nacional importante -Macri, De Narváez-, el kirchnerismo en decadencia, una dirigencia local de relieve -el basualdismo y el PRO local- y un candidato con aspiraciones: Ibarra, el intendente de uno de los departamentos más importantes de San Juan.
No fue excusa la lucha contra el aparato. En Morón, por ejemplo, el intendente Martín Sabatella luchó con su partido vecinal contra dos aparatos -De Narváez y Kirchner- y los derrotó holgadamente en su distrito. Ibarra también formó su propio partido y el resultado fue de pocas cosas para festejar, incluyendo una categórica derrota en el departamento que gobierna. Sólo la torpeza del oficialismo provincial de disputarle la banca en Tribunales hizo que pudiera frotar un poco la lámpara.
Pero, claramente, no fue un resultado que eyectara a Ibarra a un incuestionable lugar entre los candidatos del 2011. Más bien, lo puso en duda: su agrupación no ganó ni siquiera en Rawson.
Y en consecuencia, comenzaron a envalentonarse sus socios. Roberto Basualdo, hasta ahora reservado para una reelección en el Senado, empezó a preguntarse también en voz alta por qué no reincidir como candidato a gobernador, ahora que Gioja (José Luis) no estará.
Y el PRO empezó a tirar líneas hacia otros horizontes. Llegó Jorge Macri, primo del jefe de gobierno porteño y armador cuyano, y se reunió con Enrique Conti. Es un dirigente de un sector del bloquismo con que el PRO siempre se sintió muy a gusto. Que, sorpresa, justo al día siguiente admitió que no descarta ser aspirante a gobernador.
¿Qué ocurriría con el espacio si es que terminan -como parece- con abrirse las aguas a nivel nacional entre el PRO y el duhaldismo?. Jorge Macri incluyó una ecuación curiosa: se adjudicó para el PRO el total de la cosecha de Ibarra, algo que estuvo lejos de ser así. Pero el abismo que se abre entre las candidaturas presidenciales de Macri y la de Solá abre un interrogante sobre si ambas fuerzas en la provincia -Wbaldino Acosta por un lado y Basualdo por el otro- seguirán poniendo la moneda en la misma alcancía.
No está bien la relación por estos días entre Ibarra y Basualdo, tal vez los puntales más importantes del espacio. Lo demostró el disentimiento público del senador con la decisión del intendente de analizar si renuncia al cargo.
Dice Basualdo que no había sido consultado y que no hablaron personalmente el tema, ni antes ni después. Ninguna de las dos cosas, que uno tome una decisión de gran relevancia sin correr traslado a su compañero de ruta y que el otro cuestione la acción ante los micrófonos, son una cosa menor.

