La globalización, fenómeno impulsado por los centros económicos-financistas del poder mundial de occidente, aunque tuvo su orientación mercantilista, generó consecuencias culturales en la actividad y vida de los pueblos de todo el orbe. En ese tránsito, unifica, asemeja, iguala pero tiene como característica la interdependencia de los países con todo lo que ello implica como marco de integración de las fuerzas y potencialidades.
En esta perspectiva analítica, hay bienes y males que son comunes a las sociedades desde un meridiano al otro, porque lo que resuena en un polo, repercute y es conocido inmediatamente en el otro polo. Un diagnóstico común demuestra que la sociedad mundial sufre onda perturbación por la carencia de autoridad, es decir, ausencia del buen ejercicio de esa autoridad inherente a todo hombre y toda mujer.
La familia como primera y esencial célula social, la sociedad como receptora e integradora del ser que emana de esa célula fundamental y el Estado soberano que se nutre y sostiene en su elevado señorío, sufren esta carencia sustancial de cuyo buen ejercicio se resuelve y orienta la problemática humana. No debe, sin embargo, conformarnos que sea "mal de muchos” porque en los extremos, nunca es saludable el "consuelo de tontos”.
En esta coyuntura, debe afligirnos la necesidad imperiosa de reconstruir una Argentina que recupere principios y valores, desde la hacedora voluntad para empedrar los senderos por donde discurre el imperium de esa potestad tan propia del hombre como es su autoridad. Debemos aprender que estas epopeyas son viables con la prédica del ejemplo, porque de palabras y promesas se ha colmado el ciudadano argentino, martillando un tiempo que no depara bienes. Cuando las sociedades se resienten en sus estructuras valorativas, la identidad cultural sufre un menoscabo grave y las conducciones de todo orden y nivel se debilitan, resultando imposible orientar los esfuerzos comunes. La conducta humana contemporánea, en cualquier espacio que tenga posibilidad de manifestarse va de la mano primero de quienes la preceden, que son los mayores y los que deben hacer honor al cargo público desde las complejas dimensiones a que da lugar la organización de las comunidades, a partir de que el sujeto productor de la historia es, fundamentalmente, el hombre.
El sistema positivo de leyes y toda disposición convenida necesita sustancialmente del predicamento ético y moral para ser acatado y respetado. Las dirigencias no pueden eludir este reto para recuperar valores, instalar la autoridad como principio y fin que rige y perfecciona el camino del hombre, consustanciado con sus creencias, costumbres y su reservorio cultural. Magistrados, funcionarios, dirigentes sociales, todos, deben tomar el guante para elevar la sociedad cuando el diagnóstico la expone caída. Cuando Epaminondas, el prestigioso militar de Grecia fue degradado, se lo designó por castigo "barrendero” de Tebas. Dicen que "Tebas nunca lució tan limpia como cuando Epaminondas fue su barrendero”. El alto concepto de la autoridad hizo honor al cargo. Los cargos valen por la calidad moral de los hombres que los desempeñan. Sólo la prédica del ejemplo recupera la perdida autoridad.