Cristo enseña que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Aparentemente es algo fácil de hacer y de cumplir. Pero si a la palabra amigos agregamos "prójimo" posiblemente resulte un poco más difícil. Y si a eso le agregamos que ese prójimo sea una persona totalmente desconocida para nosotros, que habla una lengua distinta de la nuestra, que pertenece a una cultura muy distante, ¿cuán fácil nos resultaría entonces "dar la vida"?

Sin embargo hay quienes han encarnado estas palabras del Evangelio en su propia vida, ellas son las Hermanas Hospitalarias de la Misericordia, Suore Ospedalliere della Misericordia, en italiano, pues la Casa Central de la Congregación se encuentra en Roma. Desde allí se dirigen a muchas partes del mundo, donde las necesiten, donde puedan brindar su asistencia al enfermo o al desvalido. La congregación está presente en muchos lugares de Italia y en lugares tan distantes como India, Nigeria, Polonia, Madagascar, Filipinas. Su carisma consiste en la atención a los enfermos principalmente en hospitales y casas de salud.

También vinieron a San Juan. Hace once años fueron acogidas generosamente por Monseñor Italo Severino Di Stéfano, quien les abrió las puertas de nuestra comunidad y de su corazón.

Quienes tuvimos la gracia de conocerlas, las recodaremos con mucho cariño aun cuando sus apellidos resulten innombrables para quien no conozca algo de lengua hindú, malgache, o el dialecto africano de la región de la cual partieron algún día para servir a Cristo. Sí recordaremos sus nombres, un poco castellanizados, Mary Kutty (de India), Odile (de Madagascar), Roselma (de Filipinas), Inocencia (de Camerún), Daisy (de Filipinas). En más de una ocasión viajaron especialmente desde Roma las madres superioras Madre Aurelia y Madre Paola.

Algunas de ellas aprendieron a hablar castellano entre nosotros. Su trabajo generoso y silencioso no se limitó al Hospital Rawson donde se desempeñaron realizando tareas de enfermería, también permitieron que un grupo de niños sanjuaninos fuesen adoptados por matrimonios italianos. Gracias a este sistema de adopción a distancia, La Cometa, estos niños cuentan con una ayuda material que llega puntualmente desde Roma. Es que la solidaridad no conoce de límites ni de fronteras cuando se busca hacer el bien a quien más lo necesite.

La sencillez y timidez que las destaca impiden que estas acciones hayan sido realizadas estruendosamente, por el contrario, su trabajo evangélico fue realizado en silencio, con profunda humildad, teniendo por único objetivo el servicio a Cristo a través del hermano.

Durante siglos muchos filósofos y teólogos debatieron sobre la posibilidad del amor puro, es decir, sobre la posibilidad de amar y dar sin condiciones, absolutamente, sin esperar nada a cambio.

Actualmente no se encontraría quizás una respuesta muy satisfactoria a esta cuestión. Se escuchan muchas palabras que en realidad no significan nada o que han cambiado su significado original. Poco se habla ya de buscar desinteresadamente la verdad o de luchar por la injusticia. Las palabras humildad, pobreza y solidaridad han adquirido un significado equivoco, acomodaticio, que poco tienen que ver con las enseñanzas o el modo de vida de Jesús.

Por estas y muchas otras razones, las Hermanas Hospitalarias de la Misericordia merecen nuestro más profundo reconocimiento. Con su ejemplo nos mostraron que es posible hacer el bien a pesar de encontrarnos en una época signada por el interés, por la búsqueda de la fama, del status y del reconocimiento.

Con una mirada impotente, llena de tristeza y nostalgia las vemos partir para siempre de nuestra comunidad. Sólo nos queda decirles gracias por todo lo que brindaron, por todo lo que dejaron de sí mismas en su paso por San Juan, permanecerán por siempre en nuestro recuerdo.