En los tiempos que transitamos los argentinos, tomamos nota y advertimos que cada día toma mayor vigencia la estatura de la excelsa figura de Domingo Faustino Sarmiento, a partir del tardío reconocimiento que ha operado con la publicación de novelas, ensayos y demás, que intentan explorar e indalgar en su pletórica vida. Alguien quizá puede llegar a interpretar que esta popular adhesión al sanjuanino más grande de todos los tiempos, se debe en gran parte a una moda o bien sea originado en un simple esnobismo de las épocas que corren; pero esa interferencia está muy de lejos de la realidad.
Lo que ocurre es que gran parte de la sociedad argentina está ávida de modelos, sólo existen ídolos y los ejemplos mas recientes nos llevan a la conclusión que tienen los pies de barro, y precisamente esta sociedad, está inmersa en una profunda crisis tanto de índole moral como cultural. De ahí que los argentinos masivamente hayan revalorizado a este prócer, aunque lo invocan para que desde en bronce se transforme en brújula de los tiempos que vivimos, donde todo lo que se privilegia es el poder, la fama y el dinero obtenido rápidamente.
Con este panorama y con la educación y la cultura devaluados en un punto alarmante, surge un grito que invoca a Sarmiento y que reactualiza su famosa máxima: ‘Hay que educar al soberano”. Sarmiento fue poseedor de una honestidad personal intachable; tenía un temperamento más bien caracterizado como explosivo y su figura permanecerá a través de los tiempos, porque sin lugar a dudas es la herramienta válida para luchar contra la ‘Barbarie” surgida durante los últimos años, a pesar de las campañas que el fundamentalismo reaccionario puso en marcha en su contra para pasarlo al archivo del olvido.
Por eso no sorprende que en las librerías puedan encontrarse varias biografías y vidas noveladas del ‘Gran Maestro”, que curiosamente fueron editadas en un lapso inferior a un año, y pareciera dar por tierra con la concepción escolarizada que aprendimos del prócer, e intentan arrimarse hacia su intimidad. Su vida estuvo regida por el valor, y así fue que con el mismo valor asumió posiciones y soportó las consecuencias de las decisiones que adoptaba. Quizá era exagerado en sus actitudes, pero admitía sus defectos sin ningún disimulo, proponiendo una salida de humor antes que un cambio y llegó a autodefinirse señalando que ‘debiera ser más prudente, pero en punto de prudencia me sucede lo que a los grandes pecadores, que dejan para la hora de la muerte la enmienda. Cuando tenga cuarenta años seré prudente; por ahora seré como soy y nada más”.
En su monumental obra ‘Facundo” explicó que los caudillos encarnaban la barbarie campesina, que debía ser reemplazado por la civilización de las ciudades, y de vuelta al país intentó aplicar estos conceptos promoviendo iniciativas progresistas. A él le pertenece una fórmula que puede calificarse como social sobre el rol del gaucho, cuando manifestó que ‘Es necesario hacer del gaucho un hombre útil a la sociedad. Para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela”. El revisionismo histórico lo condenó por antinacional y exaltó a los caudillos, pero sin embargo quien dijo: ‘No ahorrar sangre de gauchos” fue el que jamás derramó una sola gota de sangre de gaucho, pero su temperamento le hizo ganar la leyenda de proclamar el exterminio de indios y gauchos, que, sin embargo, otros llevaron a cabo en la guerra fraticida sin perdonar las vidas a gauchos ni a gobernadores.
De todas las presidencias históricas, sin dudas la de Sarmiento, fue la que ofreció mayor capacidad de respuesta en todo el amplio sentido de la palabra, y orientó sus mayores esfuerzos hacia el desarrollo de la educación pública, la provisión de una colección de literaturas clásicas y nacional a las bibliotecas que él mismo había fundado. De los tantos hechos que agigantan todavía más, su figura, es la convicción que tenía acerca de la convivencia para la Argentina, de vincularse en las relaciones económicas, con todas las regiones del mundo, y no con un único mercado, que como muchas de sus iniciativas cobra una actualidad impresionante.
Deberíamos reconocer que hoy, nos está faltando un Domingo Faustino Sarmiento, un hombre de carne y hueso que vivió adelantado a su época y que quiso lo mejor para nuestro país. El mejor homenaje que podríamos tributarle, a dos días de haberlo recordado, es rememorar las sentidas palabras de otro gran argentino como lo fue Carlos Pellegrini, presente en el acto de inhumación de sus restos, cuando afirmó que ‘Sarmiento fue el cerebro más potente que haya producido América, y en todo tiempo y en todo lugar hubiera tendido sus alas de cóndor y morado en las alturas.”
