Nunca antes la tecnología influenció una Copa del Mundo de fútbol como la que culminó el domingo pasado en Sudáfrica: desde la captura de masivas audiencias, por primera vez por Internet y televisión high definition, o en 3D, con iPad o YouTube, hasta la manipulación digital del zumbido de las vuvuzelas para que no afectaran la transmisión. Todo este Mundial tuvo una proyección digital.
Incluso la experiencia de juego de los futbolistas pareció distinta. Su relación con los fanáticos ahora se cultiva en las redes sociales, en Twitter o Facebook, donde Cristiano Ronaldo es el más popular con unos siete millones de seguidores y, ya sea por el polémico tecno-balón "Jubilani”, errático e impreciso, o el pasto híbrido, casi artificial, o las camisetas impermeables, o los botines que consiguen mejor comba, la forma de jugar también fue, en gran medida, diferente.
Pero en lo que respecta a la esencia del fútbol, el juego limpio, existe un profundo desfasaje tecnológico. La tarjeta roja que en este Mundial le sacaron a los árbitros Jorge Larrionda y Roberto Rossetti, aniquilados por dos errores garrafales, debería adjudicársele a Joseph Blatter, el presidente de la FIFA, por haberse resistido a aplicar la tecnología al arbitraje, lo que ha permitido que el fútbol pueda llegar a ser cada vez más sucio y menos justo.
Tras el silbatazo final que terminó consagrando a los españoles, por primera vez campeones del mundo, el mayor desafío de Blatter no será encontrarle trabajo al pulpo alemán Paul -parece que lo jubilan-, evitar que el inglés Mick Jagger pasee su mufa por los estadios o lamentarse que la modelo paraguaya Larissa Riquelme no se haya desnudado en vivo (sólo posó en algunas revistas), sino escoger entre incorporar árbitros adicionales al lado del arco, implantar un transistor dentro de la pelota o pedir prestado el hawk-eye al tenis, para que equipos y fanáticos tengan mayores garantías de que no terminarán defraudados.
Si algo se le debe agradecer a las desgracias del gol en off-side de Carlos Tévez contra México o el no cobrado de Frank Lampard contra Alemania, y de la repetición accidental de esas jugadas en los mega televisores de los estadios, es que la presión de las masas obligó a la FIFA no solo a pedir perdón a los seleccionados afectados, sino a reconsiderar el uso de la ciencia.
Blatter argumentaba en contra de la tecnología, que el fútbol es un deporte dinámico y no puede ser detenido a fin de revisar cada decisión, y por su universalidad, al considerar que la tecnología no podría aplicarse en igualdad de condiciones (presupuestos) en todas las ligas amateurs y profesionales de los 208 países que componen la FIFA. Fueron argumentos débiles. Es que la tecnología no debería ser usada a discreción, sino en situaciones decisivas, y sólo en un par de jugadas por bando, como ocurre en el tenis o el básquet, deportes que por ello no han perdido dinamismo ni universalidad ya que el replay y el ojo de halcón se usan solo para campeonatos importantes.
La tecnología no solucionará todos los problemas. Tampoco reemplazará a los referí. Es solo una herramienta objetiva que no puede suplantar los criterios e interpretación arbitrales, como la intencionalidad de una mano o de una plancha. Pero será un auxiliar que ayudará a la precisión y equidad del juego. Si los árbitros Rosseti o Larrionda hubieran tenido la posibilidad de acudir a un monitor, revisar las jugadas, y revertirlas, no habrían sido "excomulgados” y hubieran podido llegar a pitar en la final, su máxima aspiración.
Con un arbitraje asistido y supervisado por la tecnología también se evitarían muchas de las sospechas de corrupción y partidos arreglados como en las ligas europeas, y se impedirían muchas de las trifulcas que empañan la Copa Libertadores.
"LA TARJETA roja por errores garrafales, debería sacársele a Joseph Blatter, presidente de la FIFA, por haberse resistido a aplicar la tecnología al arbitraje, para que el fútbol pueda ser menos sucio y más justo.”
