Luego de la derrota de la Selección argentina en la final de la Copa América Centenario 2016, abundan los comentaristas, casi como considerándose graduados en periodismo deportivo. Nos cuesta aceptar ser segundos. Es que de algún modo extraño éstos también son excluidos sociales, una suerte de ‘ni-ni’, ni tan buenos ni tan malos.

La selección de fútbol es una metáfora del país: excelentes individualidades y déficit en el trabajo del conjunto. No se debe olvidar que desde el deporte también se educa. Lo ha explicado de modo admirable una docente entrerriana en una carta escrita al mejor futbolista del mundo, Lionel Messi. En esa misiva hace un pedido: ‘quiero que me ayudes en un reto mucho más complejo de los que hasta ahora enfrentaste, quiero que me ayudes en la difícil misión de formar las conductas de esos chicos que te ven como un héroe futbolero y como un ejemplo a seguir. Te ruego que no les des el gusto a los mediocres, a esos que frustrados por sus miles de metas no alcanzadas vuelcan sus rencores en un jugador de fútbol, a esos que opinan de todos los demás porque hacerlo es fácil y gratuito’
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‘Por favor no renuncies, no les hagas creer que en este país sólo importa ganar y ser primero. No les muestres que por más éxitos que uno coseche en la vida, nunca terminará de conformar a los demás y peor aún, no les hagas sentir que deben vivir para conformar a los otros. No hagas que mis gurises sientan que salir segundos es una derrota, que el valor de las personas está en cuán llenas estén sus vitrinas, que perder un partido es perder la gloria’.

No se debe confundir en la vida el éxito con el exitismo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, éxito es el resultado feliz de un negocio o actuación, mientras que exitismo es un afán desmedido de éxito. Alguna vez, Sergio Vigil, exentrenador del seleccionado argentino femenino de hockey, se refería al tema con estas palabras: ‘A la gente se la envuelve en un vértigo de exitismo total. El éxito es caerse y levantarse con más fuerza, sacar el oro que tenemos dentro como una permanente conquista. Acá se piensa que el éxito es alcanzar un número y entonces estamos formando generaciones de fracasados, porque si vamos por el número sólo son exitosos diez en un millón. Y así estamos destruyendo nuestra propia sociedad, nuestros sueños’.