Navidad significa la llegada de la Palabra eterna al tiempo, la Palabra ilumina a todos, pero es necesario recibirla: "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9). Desde la eternidad la Palabra Luz, viene a la temporalidad donde transcurre nuestra existencia, así se hace comprensible a los hombres, siendo eternidad acepta una dimensión temporal en su existencia, comparte de esa manera la temporalidad humana con nosotros, y se muestra de un modo que se entiende desde la existencia temporal. La luz brilla para todos, pero al mismo tiempo establece una división, el que quiere ver la Luz puede ver la eternidad presente en este nuestro tiempo: "Pero a todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12); para quien no la recibe es motivo de escándalo, "Ellos tropiezan porque no creen en la palabra: esa es la suerte que les está reservada" (1 P. 2, 8, La Biblia, trad. Levoratti A., Trusso A.).
Que la eternidad se temporalice es un hecho que necesariamente divide la historia en dos, antes y después, ahora hay un tiempo capaz de mostrar la eternidad.
Los pastores vieron al ángel del Señor y la luz de Dios, pero después de que los ángeles que alababan a Dios volvieron al Cielo, se apresuraron para ver lo sucedido. El que quiere ver la luz escucha el anuncio: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15); el que no tiene paz en su alma puede encontrar obstáculos, Herodes escuchó hablar de estas cosas y quiso matar al Niño; la pregunta de los magos de oriente "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?", pudo perturbarlo si el sentido de su vida era el reino terrenal.
Los pastores sintieron temor cuando los envolvió la gloria de Dios con su luz (Lc 2, 9), pero estaban preparados para escuchar, el ángel los tranquilizó y les dio la señal, el niño recién nacido está envuelto en pañales en un pesebre, la respuesta al llamado de Dios fue "Vayamos a Belén" (Lc 2, 15). Herodes no estaba preparado para escuchar, buscó las señales, preguntó a los sumos sacerdotes y a los escribas donde debía nacer el Mesías, llamó a los magos de oriente para averiguar cuándo apareció la estrella; las señales no le sirvieron, no causaron alegría sino preocupación, pensó en sí mismo no en lo que las señales decían, quiso matar al rey seguramente sin entender de qué reino se trataba.
Poco después cuando Jesús es presentado en el Templo según la Ley de Moisés, Simeón que esperaba ver al Salvador antes de morir, por lo tanto estaba preparado para escuchar, fue guiado por el Espíritu al Templo, vio al Mesías, alabó a Dios y dijo a su madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". (Lc 2, 35)
La profecía marca una división, el Niño de Belén será signo de contradicción, trae la paz y una piedra contra la que choca el mal. El nacimiento de Jesús, la salvación prometida, divide las mentes, la gloria de Dios cuya luz envolvió a los pastores, causa la verdadera alegría, pero es necesaria una respuesta, eso no puede eludirse, ante la Verdad se acepta o no se está con la Verdad.
En nuestros días, habría que pensar en señales que provoquen la respuesta, la búsqueda de la verdadera alegría. La liturgia de la Iglesia tiene señales, en el Adviento ya pudo verse signos de la llamada del Señor, ahora en el tiempo de Navidad también hay señales que indican el camino de Belén; en quien vive la fe puede verse esos signos de salvación, en saber escuchar, en ayudar a escuchar a quien no está preparado.
Para quien busca la verdad, los signos se hacen más claros, los magos vieron la estrella que los precedió hasta la gruta de Belén y sintieron alegría, la luz de Belén produce alegría; pero esa alegría está junto a la verdad, y muchas veces la verdad significa cambio de vida.
