Han transcurrido 60 años de la muerte de Eva Perón y aunque pareciera que se conoce todo y que ya no queda nada más por decir, los parangones serán siempre útiles para dimensionar y explicar hechos y relaciones según la dinámica de la vida se presenta de pronto ante la contemporaneidad que acosa. Los años 1950 y 1951, fueron tiempos duros. El gobierno debió soportar el asedio creciente de quienes defendían intereses de la oligarquía, que se canalizaba en manifestaciones de encumbrados militares y movimientos dentro de la fuerza castrense, detectados por el servicio de inteligencia, y que el presidente de la Nación no ignoraba. Si bien Perón sabía los nombres de militares que agitaban esos movimientos en el seno de las Fuerzas Armadas, no desconocía la intromisión de "destacadas” influencias civiles, que posteriormente fueron actores negros de una Argentina de dolor que la inmensa mayoría quiere olvidar.
Desde 1949 se fueron acentuando conflictos gremiales que tuvieron a Evita como la principal mediadora, en la medida que se acercaba la fecha de las elecciones nacionales. En una de las tantas reuniones que mantuvo con dirigentes de la CGT tratando de persuadirles en sus conductas a favor de la causa, la esposa del Presidente planteó seriamente la necesidad de incrementar la productividad y contener las exigencias, expresándose de este modo peculiar: "Tenemos que parar la carrera desenfrenada hacia la obtención de mejores salarios. Tenemos que buscar una dedicación constante de los obreros a sus tareas. Mejoremos la producción. Ha llegado la hora de que todos los dirigentes se sacrifiquen. Con mayor producción lograremos la baja de todos los precios”.
Posiblemente, al apreciar estas palabras nos parezca estar frente a otra Evita. Nada más lejos de la realidad. La labor política desplegada por Eva Perón tenía ribetes increíbles y sorprendentes, al estilo del mejor estadista. Conocía al pie el pensamiento político del General. Cierta literatura interesada disfrazó la relación del gobierno peronista con los sindicatos, casi los incluyó a todos en el paraíso. Nada más lejos de la realidad. Problemas con los sindicatos los hubo y se acrecentaron a partir de 1949, pero había conducción política en el país y voluntad para solucionar los conflictos.
El 1951 se presentaba convulsionado en vísperas de las elecciones. El 7 de enero un paro nacional de obreros ferroviarios declarado por tiempo indeterminado, alcanzaba un punto álgido de difícil solución. La medida afectaba a los pasajeros y al transporte de carga, en una época donde el ferrocarril se había convertido en el transporte de todos, con sus diferenciaciones de clases sociales, por lo tanto de primerísima utilidad y necesidad.
La gravedad del conflicto recogía las críticas de todos los sectores y las miradas estaban dirigidas al gobierno peronista, centrándose la efervescencia en Capital Federal y provincia de Buenos Aires, ya que la demanda de pasajes aumentaba considerablemente con motivo de las vacaciones de verano. Allí, en medio de la convulsión, se presentó la esposa del Presidente, pero haciendo gala de un estilo para mediar en el conflicto: el estilo Evita. Contrario a los que se cree, los dolores de cabeza más grande dentro del movimiento que soportaron Perón y Evita los produjo la incomprensión de las cúpulas sindicales, que no debe confundirse con la clase trabajadora de mejor relación con el peronismo.
