Este domingo, tercero de Adviento, llamado "Domingo gaudete", "estad alegres", debe su nombre a la antífona de entrada de la Misa, que retoma una expresión de san Pablo en la Carta a los Filipenses, que dice así: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres". Y luego añade el motivo: "El Señor está cerca" (Fil 4,4-5). Esta es la razón de nuestra alegría. Pero, ¿qué significa: "el Señor está cerca?"? ¿Cómo debemos entender esta "cercanía" de Dios? El apóstol San Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, piensa evidentemente en el regreso de Cristo, y les invita a estar alegres, porque eso es seguro. Sin embargo, el mismo Pablo, en su Carta a los Tesalonicences, advierte que nadie puede conocer el momento de la venida del Señor (cf. 1 Tes 5,1-2) y pone en guardia ante todo alarmismo. De este modo, ya entonces, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, comprendía cada vez mejor que la "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de caridad: ¡el amor acerca! La próxima Navidad vendrá para recordarnos esta verdad fundamental de nuestra fe.
Hoy es una ocasión propicia para reflexionar sobre la alegría y el sentido del humor que nunca deberíamos perder. He leído una vez cierto planteo sobre la cuestión de si Jesús rió o, cuando menos, sonrió. Esto es algo que no nos van a resolver los evangelios. No hacen falta muchas palabras en este asunto. Un libro escrito en francés por F. Jeanson: "Signification humaine du rire" (Significado humano de la risa), demuestra con abundancia de argumentos y una estricta lógica, que la risa forma parte de la "estructura constitutiva del ser humano", por lo que el hombre sólo es plenamente hombre si es capaz de reír. Cuando le falta la risa, su humanidad resulta defectuosa, carente, al estar privada de un elemento esencial. Ahora bien, si Jesús realiza la imagen del hombre perfecto, no puede dejar de poseer esta dimensión esencial que es la risa. ¿Cómo es posible que el Hombre-Dios, que hubo de compartir plenamente nuestra condición humana, estuviera desprovisto de este don? Intentemos razonar: ¿podía atraer a multitud de niños, a muchedumbres de gente sencilla, un hombre uraño, arisco, con el ceño siempre fruncido? ¿Cómo es posible que se hubiera presentado en la sala del banquete de las bodas de Caná con cara de funeral, excusándose tal vez por error, pues seguramente pensaba que estaba invitado a una vigilia fúnebre? ¿Y es posible pensar que pudiera decir con gesto adusto: "Les he dicho esto, para que mi gozo esté en ustedes, y ese gozo sea permanente"? (Jn 15,11).
Un teólogo que poseía ciertamente sentido del humor fue Charles Journet (1891-1975). Como profesor del Seminario de Friburgo (Suiza), era un destacado exponente de la alta teología. Era severo, muy riguroso y bastante exigente. Los estudiantes eran conscientes de que los exámenes con él eran bastante serios, y vivían unos días bastante agitados cuando se acercaba el momento de hacerles frente. Un año, después de haber expuesto con la profundidad de costumbre el tratado "De Trinitate" (sobre la Santísima Trinidad), elevándose a vertiginosas alturas metafísicas, ante la consternación de sus discípulos, en la última lección preguntó de manera provocadora: "¿Han comprendido?". Un alumno aventuró una respuesta un tanto arriesgada: "Sí, señor profesor". Él lo miró con mal disimulada conmiseración y, moviendo la cabeza, comentó: "¡Pequeño necio! Estas cosas no se comprenden ¡se creen!".
Los santos nunca perdieron el sentido del humor. Un ejemplo de ello lo encontramos en santa Teresa de Jesús (1515-1582). Durante uno de sus aventurados viajes que la llevaban a visitar sus monasterios, la pesada carreta arrastrada por bueyes, que la transportaba junto con algunas monjas, terminó atascada en un camino, en el pedregal de un torrente de Castilla. Teresa no dejó de lamentarse a Dios: "Señor, os comportáis conmigo de una manera bastante extraña. Por momentos creía ahogarme junto con mis monjas". Y oyó la voz de Dios que le decía: "Es así como trato a mis amigos". "Por eso tenéis tan pocos", concluyó Teresa. El anecdotario sobre "Don Bosco risueño" es ilimitado. Baste con citar un ejemplo. Hacia el final de su vida, hizo un viaje a Francia que podía calificarse de triunfal. Todos se lo disputaban. Durante una solemne recepción en un castillo, llevaron una torta a la mesa. Una dama le susurra a su vecina: "Es un santo, verás como toma sólo un pedacito". Sin embargo, Don Bosco se sirvió generosamente. Entonces la vecina comentó, con enorme comprensión: "Se ve a las claras que es un santo. En efecto, con ese gesto quiere darnos a entender que no lo es ¡Cuánta humildad!". Cuando regresó a Turín, don Bosco, que había sido puesto al corriente del diálogo entablado entre las dos damas, refirió la anécdota a sus muchachos, extrayendo esta lección: "Fíjense bien: lo que más cuenta en la vida es tener buena reputación. Después, uno se puede incluso permitir comer en abundancia".
