Abrirse paso entre el vasto alambrar de la literatura -tan sólo la contemporánea-, supone una situación de conciencia donde aquel que se aventura ha de manejar sus caudales generadores con privativa espontaneidad creativa, predisponiendo su interioridad al confronte de la propia inspiración con la realidad vigente en ese ámbito, para demostrar, con la propia esencia, el porque de estar allí.
Cuando no se posee esa "esencia” de la creatividad es inútil ponerse frente al camino que conduce a la notoriedad: La multipluralidad de ideas, el concierto inteligente del fin que se busca, la puridad del concepto, la vastedad en el conocimiento de lo humano, la claridad de las imágenes que constituyen una verdadera creación, son componentes de una plenitud llamada estro, que anida en los predestinados.
Desde ese montón apabullante de palabras que es la literatura -donde está comprendida la poesía-, desde los extremos de sus alcances universales, desde la pluma misma que desparrama en el papel lo íntimo de cada quien que escribe; desde ese cuándo, cómo y por qué que empuja a los elegidos a su destino,desde ese allí -unido a una reserva congénita que proclama linaje de ser- emerge incuestionable, serena, impoluta, en simbiótica avenencia con la vida, la presencia enaltecida de Jorge Leónidas Escudero.
Por sí mismo, por lo tan encumbrado que alcanzó con su poesía fundadora, llega a ser merecedor de la corona del laurel griego, aquel magnífico lauro de honor y dignidad, que desde la antigua Hélade se entregaba sólo a los protegido de los dioses, los que alcanzaban el triunfo con la alteza de sus aspiraciones.
La propiedad de vida de nuestro poeta mayor, presenta aristas exaltadas de su enajenación creadora: El enlace de su ser con la intimidad de su fecundidad poética, marca un "propísimo” sello lingüístico que estima un guiño (destello) entre la propiedad del idioma y la inviolable legitimidad engendradora de la poesía escuderiana.
Pero,en el orden de una realidad frustrante -que en su momento tomó estado público-, continúa latente el injusto relego -con amaño- de que fuera objeto Escudero, cuando a principios de año ocurrió la entrega del Premio Nacional de Poesía 2011. El jurado -ingenuino por arbitrario- tan sólo se "dignó” darle -con la "nariz levantada”- una mención desdorosa, igualada con las que, como caridad de consuelo, se suelen dar a los pricipiantes. Gesto deshonroso para el jurado, que invalidó nada menos que su calidad académica, atribuible a ese órgano colectivo por su importancia de ser el selector de lo más cualificado en la poesía del país.
No obstante, a las voces de rechazo a ese fallo se sumó, con distinguida calidad de procedencia, la palabra erudita de la excelente crítica literaria Ivonne Bardelois, literata argentina versada en lingüística, doctorada con el afamado lingüista estadounidense Noam Chomsky, ganadora en 1983 de la beca Guggenheim -instituida por ese renombrado industrial mecenas del arte-, y autora de singulares libros con alta pedagogía esclarecedora de la lengua.
En sus declaraciones a la prensa, y en nota publicada en La Nación, Bardelois dejó expreso que aquel jurado fue de "neto corte porteñista” (parcialista), lo que "apenas” si le daba ascendiente (predominio moral) "para valorar cierto tipo de poesía "fashion’ (de moda)”, según su expresión. Enfáticamente la doctora Bardelois dice que considera a Escudero "el más grande poeta argentino viviente”. Regia alusión que aplasta mezquindades…
Aducir sobre Escudero es penetrar en su original humanidad de hombre silente, hundido en las vastedades de su congénito estar de poeta; es reiterar a porfía la admiración que su grandeza nos produce, cuando, con la llaneza de lo elevado, nos ha dado un tiempo de luz nueva en su obra, proyectada, suave pero firmemente, hacia nuestra intimidad receptiva.