
Esto aún perdura en los casamientos del campo: desde varias cuadras a la redonda, rebota en ranchos y arboledas la música que brota de tocadiscos caseros con amplificación prestada.
Ya ensaya el animador -un acomedido del lugar, con veleidades de comunicador- los primeros gritos. Llega la gente en automóviles humildes, bicicletas y hasta sulquis. El abuelito de la comadre se vino de a pie, porque sólo vive a unas quince cuadras. El antiguo y desgastado traje gris a rayas le cae en la humanidad como baño de gloria. ¡Hace tanto que no lo vestía! Los zapatos deformados le castigan sus pies fatigados de tanta vida. Exhala el ambiente un aroma a empanadas y lechón al horno de barro. Alguien dijo que vendrá el caudillo político del lugar. A nadie le importa mucho.
Con la llegada de los novios (tortolitos más asustados que alegres), un disco de la antigua colección, que fuera rey en la vitrola de la abuela, se esmera por no morir en el intento de carraspear la marcha nupcial que ha servido a varias generaciones. Arroz vuela que te vuela por la noche que ha salido a recibir a los recién casados. El patio de tierra recién regada lanza un suspiro de humedad. Los padrinos, ataviados algo parecido a cuando ellos fueron protagonistas, sonríen como si fueran los casamenteros.
Al redoble de dos gritos, la gente se agolpa en los mesones tembleques, atiborrados de copas, vino en jarra y comida. La madre del novio y la hermana de la novia se han desprovisto del lujo y dignamente sirven en enormes bateas de madera el pollo y el lechón, preparados como para un regimiento de hambrientos. Se ha encargado a los sobrinos distribuir las empanadas que el abuelo cocinara en su enorme horno de barro construido por sus propias manos de roble y orfebre, hoy extenuadas. Mientras la gente disfruta del postre (abundantes mandarinas y un helados con el que se jugaron el prestigio), el animador sube a la noche de gala e invita a novios, padrinos y demás al vals que ejecuta con maestría la orquesta de D’Arienzo, y se permiten las bromas, el tema del debut nupcial. De pronto las sombras se paralizan; sube al viento una música sobreentendida. Los mayores se meten de lleno en el rito del pasodoble con remembranzas de la madre patria.
Se retira a aposentos humildes la madrugada. Los novios se fueron sin avisar en el viejo Ford de uno de los testigos, para que no los molesten, para que no les espíen el amor o para que no se sepa que van hasta acá cerquita.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.
