Los economistas siempre se han interesado por determinar los factores que hacen que un país se desarrolle y crezca. Se ha tenido en cuenta el patrimonio, las reservas de dinero, la fuerza laboral, etc. Sin embargo, la ecuación no llega al 100% porque subyace un elemento clave, que es la mayor o menor educación de los trabajadores.

Así es como, en lo que se denomina "la economía de la educación”, se genera la disyuntiva de si ¿el desarrollo educativo resulta del crecimiento económico de un país, o la educación contribuye con este?

La educación tomada como que contribuye al desarrollo de un país, supone que toda inversión en educación traerá aparejada una mayor productividad por la mayor formación de sus trabajadores. Aceptando lo anterior como lo imperante, el conocimiento de las personas se hace imprescindible para el crecimiento y hace dependiente este conocimiento acumulado en el tiempo, a la producción, la distribución de las riquezas, la disminución de la desigualdad y exclusión social, etc.

¿El desarrollo educativo resulta del crecimiento económico de un país, o la educación contribuye con este?

Este conocimiento y la inversión que ello supone, es la característica más distintiva en toda economía. Pues, la inversión en capital humano repercute en la producción y riqueza de un país, así como todos los demás recursos en los que se invierte en el sistema productivo como son las áreas de salud, infraestructura, turismo y otras.

No obstante, en nuestro país la ecuación no es lineal. El rendimiento de la educación disminuye a medida que se pasa de un nivel educativo menor a uno mayor. Por lo que se hace necesario tomar conciencia de que la inversión en educación es un factor necesario para calcular futuros niveles de producción, rentabilidad e ingresos.

Asimismo, si se pudiesen medir remuneraciones de los trabajadores con diferentes niveles educativos en años sucesivos, se podría determinar el beneficio neto anual (BN) por ingresos en educación, como así también el valor actual neto (VAN) y la tasa interna de retorno (TIR) respectiva.

Sin embargo, estos datos se encuentran faltantes en la mayoría de los países, por lo que lo único que se puede hacer es realizar estimaciones de corte transversal teniendo en cuenta la cantidad de trabajadores, sus edades y remuneraciones, relacionados con los niveles educativos de formación.

Así es como, se ha comprobado por ejemplo que, a iguales niveles educativos alcanzados, los ingresos de los trabajadores no son los mismos y la disparidad en las remuneraciones individuales depende de otros factores como edad, sexo, entorno social, habilidad natural de la persona, etc.

Esto conduciría a que, si se realizara una ecuación lineal entre la inversión en educación y la tasa de retorno, se estarían sobrestimando los ingresos y beneficios. Por lo que, al estudiar la tasa interna de retorno en países como el nuestro y varios de Latinoamérica, se deba aplicar un factor "alfa” menor a uno para poder calcularla.

Lo que hace que la Educación como tal pierde protagonismo en la ecuación, ocupando este lugar, factores socioeconómicos e individuales de los trabajadores, su nivel educativo, aspectos sociohistóricos y culturales y la denominada "segmentación de los mercados” entre otros. Y es así como, las personas de diferentes niveles educativos pasan a competir ya no por un "buen” salario, sino por un cargo o empleo a salarios "fijos”, además de desplazar de los cargos a personas con menores niveles educativos.

Por lo tanto, el nivel educativo alcanzado por los trabajadores en un país en desarrollo como el nuestro, no asegura el incremento en la mejora salarial, la posibilidad de conseguir mejor empleo, la movilidad social, ni la producción y beneficios para una misma inversión en educación.

 

Por el Dr. Claudio Larrea   –  Rector de la Universidad Católica de Cuyo.