La educación no cambia por decreto. Cambia desde lo actitudinal y los fines que persigue. En contextos posmodernos como el actual, educar requiere además de una fuerte vocación, creatividad y autoridad moral. Ya no alcanza con transmitir conocimientos. La información en la era de las tecnologías informáticas a veces llega antes que la impartida desde el aula, poniendo en jaque la función y el fin de la educación. Informar no siempre equivale a educar. Informar es dar noticia de algo, mientras que educar es perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven. Por eso más que nunca se requieren docentes con autoridad moral. Credibilidad y coherencia entre lo que se enseña y se hace es fundamental para crear conciencia y promover el discernimiento moral de los alumnos.
Enseñar en contextos posmodernos
El término posmodernidad designa tanto el perfil de una época como la actitud particular que algunos asumen en relación a ella. La posmodernidad no es una ideología ni una doctrina filosófica, es más bien un estado del ánimo, una especie de desencanto con el gigantesco proyecto de la modernidad. En el campo de la ética, propugna una moral de situación, donde la moralidad de una acción se determina en cada situación concreta por el consenso y la opinión mayoritaria. Podemos reconocer la influencia de lo posmoderno en el campo de los valores éticos y cívicos. El paradigma del posmoderno: materialista, desencantado y éticamente aséptico, parece haber ganado más de un adepto en la Argentina actual. Ello se traduce en un prototipo de ciudadano que a veces se muestra insensible al llamado de una nación herida por tantas grietas y desencuentros. Sin embargo, la docencia no es tierra de desesperanzas, sino más bien de ciudadanos, que, movidos por su vocación, pueden revertir este escenario y transformarlo en un tiempo de desafío y de oportunidades. En este sentido, las aulas deben ser además de un lugar para construir saberes significativos, un espacio donde enseñemos a construir ciudadanía, basada en valores éticos y cívicos atravesando toda la currícula. Las jóvenes generaciones necesitan una educación que promueva el juicio crítico y el discernimiento moral propio. Ya no alcanza la educación centrada exclusivamente en transmitir información. Nuestro aporte debe centrarse en promover, desde la educación, una cultura de la solidaridad, la participación y el compromiso ciudadano.
La autoridad moral no se decreta
Aclaremos un punto: la escuela no cambia por exigencias de un decreto, ni un docente goza de autoridad frente al aula porque lo determine una ley. La única tarima a la que debemos subirnos es aquella que proporciona la fuerza del testimonio personal. Seguramente, hemos de coincidir que los primeros en advertir nuestras contradicciones e incoherencias son nuestros hijos y alumnos.
El término autoridad proviene del latín auctoritas, que significa aumentar, hacer crecer. El docente que logra sacar lo mejor del alumno, favoreciendo el discernimiento moral y el juicio crítico, es el que tiene autoridad. Enseñar con autoridad es enseñar con y desde el ejemplo. No se trata de sólo de enseñar cosas útiles para la vida. Se trata de enseñarles a ser autores de sus vidas. Como bien nos recuerda el papa Francisco: "El educador es un testigo que no entrega sus conocimientos mentales, sino sus convicciones y su compromiso con la vida" (Primer Video del papa Francisco del 2023, hablando sobre los educadores).
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo