La condición para educar a los demás es la de encontrarse a sí mismo. Quien alcanza esta meta puede descubrir el principio que regula la enseñanza de la moral: la honestidad.

No sólo la honestidad es el principio que regula la enseñanza de la moral sino que también sienta las bases del verdadero conocimiento, objetivo este tan ansiado por la ciencia. La enseñanza de la moral se fundamenta en la dimensión que concierne a cada concepto.

Son incontables las corrientes educativas que en el campo de la moral le restan valor al concepto. Consideran a este una mera palabra o expresión. Imaginemos esto tan sólo examinando un ejemplo. Supongamos, sobre la idea del amor: el amor se entiende como la máxima expresión de lo sexual, o se entiende como el principio que sustenta la generación de la vida, o también, el amor es la permanencia del afecto soporte de los sentimientos. En las tres cuestiones explicar que entendemos al decir del amor su referencia directa se corresponde para la primera expresión con los sentidos, para la segunda, sugiere una concepción de la vida y para la tercera una visión psicológica o si se quiere, espiritual.

¿Cómo trabaja la moral para explicar sus conceptos? ¿Cómo hace para determinar su dimensión y fundar su significado? La respuesta a estos interrogantes estaría dada por su misma identidad, sin comparación ni medida alguna, sin valoración ni juicio propio, en definitiva sin caer en un absolutismo o relativismo en su posición frente a ella.

La señalada identidad, es lo que define las cosas como fueron, son y serán. No sólo porque resiste a la permanencia temporal o al cambio permanente, sino que sustenta lo que el hombre es capaz de "sostener” cuando ha encontrado su "corazón”, cuando ha encontrado en su razón la lógica de su existir y cuando su motivación por vivir sujeta su propia vida a la libertad, la justicia y a la misma capacidad de subsistir.

El principio de la honestidad está contenido en pensamientos tales como el enunciado "quien es honesto en lo poco, es honesto en lo mucho”. Su punto determinante radica en tomar las acciones de unos y otros, como las personales, las que surgen del mundo de las relaciones y además las de aquellos que asumieron dirigir los destinos de un pueblo, en todos los casos según los compromisos que tomaron cada uno conforme a su estado y función.

Una reflexión racional sobre la moral la lleva a cabo la Ética. Por ella cada educador, cada ciudadano, cada individuo puede alcanzarla en la práctica del deber por el conocer, pues la vida no transcurre por azar sino que en ella hay un propósito y justamente quien se conduce por un propósito debe ser honesto, pues, "’la honestidad es la clave que despeja toda duda hacia el conocimiento y su comprensión”. Por ello es que la educación debe pasar por examinar sus propuestas y crear una conciencia crítica de sí mismo y de prudencia hacia los demás. Recién superada esa instancia se está preparado para darse respuestas por el propósito mismo que encierra la vida. Evidentemente que por sus solas fuerzas a cada uno le será muy difícil aunque no imposible. De otra manera conducido y orientado por quien ya alcanzó esa meta podrá encontrarlo. Allí la misión del educador, reflexivo ante la vida, sabio en el conocer y prudente en el conducir, preocupado en el enseñar y por sobre todo honesto en el convivir.

El profesional de la educación, con perfil pedagógico, titulado como profesor, exigido como educador, preceptor de la juventud, honrado en el saber, a quien ni las tormentas ni los embates de la vida lo conmueven, quien sostiene el valor de la dignidad, es el profesional competente.

Quien pueda asumir el modelo se alista en sus filas pues el hombre, la humanidad, cada niño, cada adolescente, cada joven, necesita de ellos, de quienes enseñan la moral, que muestran la virtud y que dan ejemplo de abnegación.

Los padres deben educar a sus hijos en valores y por su parte, las escuelas formar niños y hombres honrados y virtuosos, aunque no sean recipientes de ciencia moral.

Enseñar la moral es muy bueno sin duda alguna, pero no es suficiente: la escuela no llena su misión, sino educando moralmente al joven.

El valor que está contenido en la formación moral no se manifiesta como algo que antes no era y ahora sí lo es, sino como algo que antes no estaba intuido y ahora sí.

Los valores y los principios no son cosas, menos aún sensaciones personales, no son objetos reales, ni forman parte de los objetos ideales. Las cosas existen, las impresiones también, pero "los valores y los principios no son cosas, sino que importan, se aprecian y se evalúan”. Por lo tanto no nos referimos como a cosas sino a su significado y calidad.

Para todos los tiempos y medidas la enseñanza de la moral no puede faltar, pues es imprescindible a la condición humana.