Hace 160 años moría en un exilio de 26 años, el general José de San Martín. La figura del Santo de la Espada, como lo llamó con inspirado acento Ricardo Rojas, es, históricamente, uno de los símbolos más respetados de la Nación. Su ejemplo debiera servir a nuestros dirigentes políticos como modelo a imitar. El panorama que ofrecen hoy los líderes de la oposición y del oficialismo es de una rutinaria lucha de unos contra otros, dando la imagen de que primero están los intereses personales y luego los de la Nación.

El Padre de la patria fue sobrio en su estilo de vida y tuvo actitudes heroicas de fuertes renunciamientos. Donó al Estado parte de sus sueldos, no aceptó ascensos y destinó gratificaciones, condecoraciones y compensaciones a entidades de bien público. Quiso una Argentina y una América libres, sin aspirar dominar con la esclava demagogia a quienes logró liberar. Deseaba morir en Buenos Aires, pero sus dolencias y casi ciego, le impidieron regresar. Dictó su testamento y una las cláusulas señalaba: "Prohibo que se me haga ningún género de funeral y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente hasta el cementerio, sin ningún acompañamiento, pero sí desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires".

La vida de San Martín condensa cuatro atributos que, como argentinos, no debiéramos olvidar: lucidez, capacidad profesional, osadía para actuar y espíritu visionario. Sin ellos es posible durar, pero difícilmente vivir con dignidad e imaginación. Al igual que Bolívar, San Martín fue capaz de concebir y desplegar, aún antes del alba de nuestra Independencia, un proyecto de emancipación continental sin fines imperialistas. Hacia este ideal debemos volver a mirar. ¿Cómo no considerar, a la luz del sueño sanmartiniano, los pasos decisivos del Mercosur? En ciertas ocasiones nos gana a los argentinos el escepticismo. Las dificultades nos descorazonan y se nos imponen como insuperables. Olvidamos con extrema facilidad, y hasta con ligereza, que San Martín se propuso una tarea que el sentido común de su tiempo estimó como imposible. Nuestro presente no es más complejo de lo que fue el suyo. Sus aspiraciones patrióticas no soportaron las presiones de la adversidad. Simplemente, San Martín no retrocedió. Nos brindó una gran oportunidad al ofrecernos el maravilloso don de la liberación.