Al haber sido declarado el tango como patrimonio cultural de la humanidad, recordaremos que entre los personajes más recordados de las etapas iniciales de nuestra música ciudadana, sobresalen los que se destacaron por sus expresiones de neto estilo "bajo fondo", tanto sea por las letras de contenido lunfardo como por el ambiente orillero en medio del cual evolucionaron. Quizás el más representativo haya sido Francisco Alfredo Marino, creador de la pieza más conocida como expresión genuina del ambiente barrial porteño de principios del siglo pasado, "El Ciruja", cuyas estrofas sólo pueden ser comprendidas por quienes tienen algunas nociones del lenguaje lunfardesco.

Según expresa José Gobello, un estudioso del género, Francisco A. Marino fue poeta, compositor y cantor nacido en Almagro, un barrio porteño por excelencia, en enero de 1904. En 1922 comenzó a presentarse como cantor, dando sus primeros pasos en el Café Nacional, donde nadie había osado hacerlo hasta ese momento. Su obra cumbre surgió de una apuesta entre amigos, sobre quién escribiría más rápido una letra lo más "rea" posible, de lo cual resultó el magistral tango "El Ciruja", un clásico del 2×4 cuyas estrofas no cualquiera alcanza a descifrar, cuando dicen: "Recordaba aquellas horas de garufa/ cuando minga de laburo se pasaba/ meta punguía y al codillo escolaseaba/ y en los pingos se ligaba un metejón.// Cuando no era tan junado por los tiras/ la lanceaba sin temer el mangiamento,/ una mina le solfeaba todo el vento/ y jugó con su pasión…", con ligeras variantes según quien sea el cantor.

A estos versos le puso música Ernesto de la Cruz, grabándolo Gardel en 1926 con dúo de guitarras, el mismo año que lo hicieran Ignacio Corsini y Osvaldo Fresedo. Al año siguiente lo llevaron al disco Rosita Quiroga, Francisco Canaro y nuevamente Ignacio Corsini. Quizás las mejores grabaciones sean las de Julio Sosa con Francini-Pontier en 1950, así como la de Edmundo Rivera con guitarras en 1963. Su letra tan particular tuvo que ser "traducida" por nuestro Zorzal en una de sus giras europeas, para que la entendiera Don Miguel de Unamuno, nada menos que rector de la Universidad de Salamanca, para quien nuestro lunfardo porteño resultaba totalmente incomprensible. Al decir de José Gobello, la fábula de la "mina" que "…era un mosaico diquero/ que yugaba de quemera…", si bien constituye un verdadero hito en la historia del tango, ello no se debe a la anécdota que narra sino a la pureza de su estilo, con frases precisas de enorme elocuencia como si hubieran sido objeto de un minucioso trabajo de pulido. Llama la atención además, confirmando notablemente la aceptación popular de sus estrofas, el singular éxito que le significó vender 150.000 copias de la partitura en sus primeros 5 meses de aparecido.

Francisco Martino ingresó a radio El Mundo, donde permaneció durante 22 años, logrando cierta fama al personificar al padre de familia en "Los Pérez García", papel luego ocupado por Martín Zabalúa. De allí pasó a otro programa que los veteranos recordamos por ser muy popular, "Peter Fox lo sabía", y a partir de 1967 fue director de la emisora. Finalmente, dejó este valle de lágrimas en marzo de 1973.

Otros dos personajes que dieron su colorido tan especial al tango de principios del siglo XX fueron el "Cachafaz" Bianquet y el "Pibe Ernesto" Ponzio, el primero famoso por su notable habilidad de bailarín sin igual capaz de transmitir con sus cortes y quebradas la intensa emoción del 2×4. El nombre real era Ovidio José Bianquet, aunque sólo se lo conocía por su apodo de "Cachafaz"

Ovidio Bianquet, el "Cachafaz", murió en su ley, bailando un tango como debía ser para completar su leyenda. El único contrincante que lo pudo, su corazón, dijo basta a los 67 años en febrero de 1942, en Mar del Plata.

El otro personaje paradigmático del tango argentino fue sin dudas el "Pibe" Ernesto Ponzio. Nació en Buenos Aires en una familia de origen napolitano, en julio de 1885, y como correspondía a su sangre mediterránea fue inscripto de chico en una academia de música para estudiar violín hasta el fallecimiento de su padre, cuando tenía 11 años. Fue un virtuoso de este instrumento y, según Francisco Canaro hacía proezas con el arco, lo que le permitió ayudar desde chico a la economía familiar.

Frecuentaba ambientes bastante turbios razón por la cual el "Pibe Ernesto" acostumbraba llevar revólver al cinto, un motivo de problemas que lo llevaron a ser acusado de la muerte de un parroquiano en un cabaret rosarino, por lo que fue condenado a 20 años de prisión. La ayuda de amigos y políticos de influencia permitió que saliera en libertad en 1928, luego de 4 años.

En 1933 intervino en la primer película sonora del cine argentino, "Tango", quedando ésta como único registro de Ernesto Ponzio, quien nunca llegó al disco.

La desaparición física del "Pibe Ernesto" se produjo en octubre de 1934.