Por Edith Lucía Michelotti
Ante la confusión reinante sobre el significado del "ser femenino” en la actualidad, quiero hacer un aporte para la reflexión. Ser mujer implica poseer magnificencias exclusivas de género, únicas e irrepetibles. Desde la fecundación somos niña o niño y al nacer, la inmensa mayoría en el mundo, formamos parte de la familia como tales. Crecemos con marcadas diferencias con el varón, quien también posee las propias. Llegamos a la adolescencia descubriendo el maravilloso abanico de posibilidades que nos brinda la vida y las que podemos, elegimos. Las hormonas cambian nuestro cuerpo cuya transformación general define nuestra sexualidad. A la mayoría nos atrae el sexo opuesto y hacia allá dirigimos nuestros encantos. Encantos con tintes de mujer. Y esa elección de base conlleva la diagramación del futuro. La educación, el gusto por tal o cual disciplina, la consideración de posibilidades. El amor. La decisión de vivir en pareja y tener hijos. O no.
Si en este abreviado pasaje por el "ser femenino” algo se tergiversa y la mujer pierde el decoro o lo ignora, o muestra públicamente su desnudez luciendo pañuelos verdes que no le caben, porque ellos representan la protección de la vida y ellas proponen con violencia lo contrario, o si prefiere pertenecer al otro sexo, o quiere aplastarlo para obtener supremacía, tiene otro nombre. Son parte de nuestra sociedad, pero no del ser femenino.
