Es otro personaje semi-folclórico que acompaña nuestros nacimientos o pesebres, generalmente junto al árbol de Navidad.

No es más que San Nicolás, obispo de Mira, Asia, quien quedó como San Nicolás de Bari cuando los italianos se llevaron sus reliquias para esa ciudad.

Personaje más que legendario del siglo IV, su nombre fue en alemán Nicolaus. Los anglosajones le sacaron la n, la i y la o, y quedó Claus. De allí Santa Claus, que suena mejor que San Claus, así como mejor que San Tomás queda Santo Tomás. Cuestión de pronunciación y fonética.

Se lo vinculó a la Navidad porque su memoria litúrgica se celebra en pleno tiempo de Adviento, y su nombre de Noel viene del francés, que quiere decir Navidad.

Monseñor Claus fue de familia pudiente, y se cuentan las siguiente anécdotas de su vida, por lo cual muy pronto se lo veneró como santo: según muchos, el primer día que nació, cuando fue bañado, se paró solito en la tina, signo de que la fuerza de Dios ya estaba con él.

Luego, lactante, rehusaba el pecho materno los miércoles y los viernes, días penitenciales en la iglesia.

De joven, se entregaba a la oración, y rehusaba las diversiones mundanas y banales.

Ya Obispo, se enteró de que un feligrés suyo, apretado por sus deudas económicas, enviaría a un prostíbulo a sus tres hijas vírgenes para salvar su vivienda.

Durante tres noches seguidas, Monseñor Claus pasó con sus vestiduras episcopales arrojando sendas bolsas con monedas de oro, que caían cerca de la chimenea donde se secaban los zapatos, botas y medias de los dueños de casa, con lo que el atribulado padre puso saldar sus deudas, salvar su casa, y obtener una buena dote para dar en casamiento a sus hijas.

De allí su representación con la bolsa en una de sus manos (con regalos para los pobres, que nunca deben faltar cuando él está), y en la otra la Luz de Cristo, signo del Evangelio que debe anunciar el Obispo como primer evangelizador y catequista de los cristianos.