
Tras la decisión del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador de invitar al dictador venezolano Nicolás Maduro a su toma de posesión, no soy muy optimista sobre el futuro de los esfuerzos diplomáticos de América latina para presionar por una restauración de la democracia en Venezuela.
A juzgar por los primeros días de López Obrador en el poder, es probable que cumpla su promesa de campaña de no criticar a Maduro, ni unirse a futuros reclamos regionales para exigir que Maduro respete la reglas democráticas. López Obrador ha prometido que desempolvará el antiguo principio mexicano de la "no intervención" en asuntos internos de otros países, una postura que el país había utilizado en el pasado para protegerse contra las críticas externas y para apoyar a dictaduras de izquierda.
En años recientes, México había sido uno de los países más críticos de Maduro dentro del Grupo de Lima, una coalición diplomática de 14 países que incluye a Brasil, Argentina, Colombia, Perú y Chile. El grupo había firmado varias declaraciones destinadas a aislar a Maduro de la comunidad diplomática regional.
Pero López Obrador, conocido en México por sus iniciales AMLO, rompió filas con el Grupo de Lima al invitar a Maduro a su toma de posesión.
El Grupo de Lima había acordado previamente que las elecciones del 20 de mayo fueron fraudulentas y que, por lo tanto, Maduro no podrá ser considerado como un presidente legítimo una vez que asuma su nuevo mandato.
Mi traducción: con el cambio de gobierno en México, será muy difícil encontrar un consenso dentro del Grupo de Lima.
Algunos líderes de la oposición venezolana me dicen que el presidente electo derechista de Brasil, Jair Bolsonaro, forjará una estrecha alineación con Estados Unidos, lo que podría resultar en una presión internacional aún mayor sobre el régimen de Maduro.
"El hecho de que Brasil y Colombia sean vecinos de Venezuela, y que Brasil estará en una coordinación muy estrecha con los Estados Unidos, no se puede descartar", me dijo el líder político venezolano en el exilio Carlos Vecchio. Además, la tasa de inflación de 1 millón por ciento al año de Venezuela y la escasez generalizada de alimentos y medicamentos pueden desencadenar una nueva ronda de violentas manifestaciones callejeras el próximo mes. Venezuela tiene una larga historia de protestas masivas en los meses de enero y febrero, me dijo Vecchio.
Mi opinión: la oposición de Venezuela debería retomar las calles y recuperar el protagonismo político antes de la inauguración de Maduro el 10 de enero, para obligar a la comunidad internacional a aumentar su presión sobre Venezuela.
De lo contrario, Maduro podría obtener un segundo viento, a pesar del colapso económico de Venezuela. Maduro no sólo será tratado como un líder legítimo por parte de China, Rusia y Turquía, sino que también recibirá cierto reconocimiento de parte de México y el gobierno de izquierda de España.
Si la oposición no retoma el protagonismo político en enero, me temo que el movimiento internacional para aislar a Maduro perderá fuerza. La atención mundial girará hacia otro lado, y Venezuela seguirá en camino a convertirse en una dictadura consolidada que ya no provocará la indignación internacional, como Cuba.
Por Andrés Oppenheimer
Columnista de The Miami Herald y nuevo Herald, Miami, EEUU.
