La sucesión de imprevistos acontecimientos de los últimos días, hacen que se pierda la noción de las prioridades y que no se puedan observar con nitidez los sucesos que se vinculan profundamente con el presente y el futuro. Veamos. Niños con armas en escuelas de La Plata, otros que atacan en las calles de las ciudades a ciudadanos y o policías, docentes que no saben cómo manejar estas nuevas situaciones y padres desorientados y o desolados. La verdad es que estamos en las puertas de un cambio social que hubiera sido difícil de imaginar hace una década.

Primer interrogante ¿Qué les ofrece el entorno social a esos chicos de hoy? A primera vista una enorme confusión y un vacío. Y, en el trasfondo de los hechos se detecta cierta indiferencia para ocuparse del problema para buscar una posible solución. Solución que demandaría que equipos interdisciplinarios elaboren planes por etapas y que se garantice el cumplimiento fiel de los mismos.

Se observa que la delincuencia juvenil crece y los hombres públicos ni siquiera se detienen en problemas que además de exigir la acción de las fuerzas de seguridad demandan programas que se originen en políticas de estado. Nada se hace ni siquiera en nombre de los derechos humanos.

Cómo se ve a América Latina. En esta región la delincuencia juvenil se observa en contextos sociales caracterizados por grupos de niños y adolescentes ubicados dentro de niveles de miseria o pobreza, desempleo, narcotráfico, concentración urbana, baja escolaridad o analfabetismo, agresiones sexuales y desintegración familiar. Se trata, lamentablemente, de grupos humanos que no alcanzaron el derecho a la vida, a la salud, a la vivienda y a la educación.

Se trata de una situación social muy desigual y esa desigualdad hace que se mire a esos grupos humanos como si no pertenecieran a la sociedad en la que se vive, se trabaja, se proyecta y se sueña.

El resultado que hay que evitar. Si no se soluciona esta cuestión de base, peligra la formación del ciudadano, de la persona que conoce sus deberes y derechos y sabe buscar el equilibrio entre esos dos grandes campos de la conducta humana. Y éste es un peligro que hay que tener tan en cuenta como el de la inseguridad.

Ahora bien, si se observan los procederes hegemónicos de algunos mandatarios de la región y a las grandes masas que los apoyan fanática y públicamente y si se observa cuando algún periodista interroga a algunos de los participantes, la conclusión es que hay una extensión del analfabetismo, o semianalfabetismo. Es decir, la ausencia del hombre formado como ciudadano está muy marcada en este tipo de expresiones populares.

¿Será por eso que decayó el empeño en la educación como servicio público? o ¿el desamparo del ser humano que no tiene iniciativas e ideas propias hace que la política lo convierta en un sujeto-número para sumarlo luego en la asistencia a ciertos actos?

No es fácil definir ésto en momentos casi caóticos. Caóticos porque la verdad no se respeta ni en la palabra ni en los hechos, porque el protagonismo (oficial y o político, sindical) cubre casi toda la escena de la cotidianidad, dejando sin espacio al verdadero ciudadano, aquel que piensa como integrante de un grupo no sólo en sí mismo.

El protagonismo impide la participación en momentos en que la necesidad de reconstruir ciertos puentes sociales requiere de la participación de muchos y no del protagonismo de pocos. Para entender esta idea recordar que el protagonista es el personaje principal de cualquier hecho.

En tanto que el participante interviene en una acción o hecho y define una especie de asociación para compartir, se trate de opiniones, cualidades, ventajas o desventajas. Realidad ésta que es movida por un sentido de la comunicación natural en las personas y en los hechos y que beneficia a todo lo que tiene como objetivo el bien común.

La participación es una norma de vida que genera la comprensión, la solidaridad y la acción. Hecho fácil de observar en algunas organizaciones no gubernamentales y o nacionales que actúan al margen de los intereses políticos.

Se vive un momento social que reclama de la participación, la solidaridad y el altruismo de muchos ciudadanos no de algunos. El problema de la niñez debe resolverse al menos que no se tenga en cuenta la fragmentación social que sobrevendrá en el mediano plazo.

Y fragmentación es sinónimo de partición de un todo. Todo se separa y cada parte asume su poder. Si se llegara a esa penosa situación nadie -pero nadie- podría garantizar la paz social.