Sarmiento afirmaba "sólo la educación nos hará libre”, y en verdad el proceso educativo conlleva la asimilación cultural, moral y de separación individual. Inserta al niño en el conjunto social pero a su vez le proporciona rasgos de individualización para acrecentar su personalidad en el tiempo. En el ritmo cotidiano escolar, el alumno aprende adaptarse a las formas sociales y crear un estilo de vida.

La educación es ante todo una influencia que no puede desconocerse y que nunca debe estar de espaldas al imperativo del grupo. Adquiere así un cúmulo de herramientas destinadas para un aprendizaje para la vida. Frecuentemente toma del docente rasgos esenciales para su propia formación, pero también aprende a distinguir aquello que lo separara de otros y lo constituirá en un ser en evolución producto del autoconocimiento y la autoevaluación cuando llegue a su faz critica.

Lo que el niño aprende se patentiza en él como así lo que ve, lo que oye, lo que lo sensibiliza y conmueve, herencia que como huellas indelebles van marcando un camino. Un educando no es un número, una cifra, un coeficiente, es una persona con derechos propios adquiridos en la educación sistemática y con deberes y obligaciones que tendrán que señalarse, no como sanciones punitivas sino como elementos formadores para su correcta integración en la cotidianidad. La educación lo prepara para el ejercicio legítimo de la libertad dentro de un ámbito restringido; da forma a una existencia más plena y vigorosa por la sustancialidad del conocer, que es un principio de descubrimiento y por el contacto con otros, norma evidente de socialización.

Cuando uno o ambos procesos se interrumpen se generan numerosas dificultades en la órbita de lo emocional, lo psicológico, lo actitudinal y provoca enfrentamientos entre familias y la organización educativa. Pero mucho más aun cuando esta imagen negativa se proyecta al medio y cobra fuerza a través del rumor o perfiles exaltados de la noticia.

La educación en el sentido más actual es integración e inclusión; pero es mucho más y eso como un legado perenne debe quedar en cada uno de nosotros para testimonio de la impronta que la escuela nos brinda. Los responsables de un niño, un joven y hasta de un adulto deben llevar en si un mandato interior de nobleza, de temple, de fecundidad, de apostolado y hacer que esto no sean meras palabras sino fuertes realidades porque educar es servir y antes que una empresa es una tarea que debe asumirse con solvencia y rectitud.