Este domingo se celebra la 46ta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, una propuesta del Concilio Vaticano II, lanzada en 1967 como un llamamiento a la reflexión, no sólo a los católicos sino para todos los hombres de buena voluntad, porque la Iglesia se siente íntimamente solidaria con el género humano y con su historia.
Según lo proclamó la Constitución Pastoral, hace 46 años, se buscó este día para llamar la atención sobre el vasto y complejo fenómeno de los modernos instrumentos de comunicación social, como una de las características de la civilización que se proyectó desde el siglo pasado con propiedades inusitadas gracias a la tecnología. En aquel momento el mundo estaba lejos todavía de la globalización y, en particular, todavía sin entrar de lleno en la era de las comunicaciones con la irrupción de los mecanismos que vendrían para diversificar las comunicaciones sociales.
Los medios han puesto al servicio de la humanidad la información y la comunicación instantánea a través de los recursos audiovisuales que se sumaron a las publicaciones impresas, pero la verdadera revolución comunicacional la puso en marcha internet como sustento de las redes sociales que han cambiado desde los hábitos rutinarios del hombre hasta constituir movimientos populares en favor de la democracia o en demanda de libertad. También los medios modernos son utilizados para alterar la verdad, según las conveniencias sectoriales, o para manipular tendencias ideológicas sesgadas con el consenso mayoritario y la pluralidad de ideas.
Por eso la importancia de esta recordación. Hace 46 años ya se vislumbraban los enormes beneficios de la comunicación social, pero como en todos los adelantos de la humanidad, también se suponían riesgos por los excesos y desvíos que esta transformación comunicativa pudiera acarrear. En la primera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Pablo VI señalaba la necesidad de hacer uso responsable de los medios informativos para no desvirtuar el propósito de la libertad de expresión como principio de la civilización y de la sociedad contemporánea, sin estar condicionados por presiones ideológicas, políticas y económicas que limiten la justa y responsable libertad de expresión, porque de este modo contribuirán a la elevación de la humanidad y darán un aporte constructivo para la edificación de una sociedad nueva, más libre, más consciente, más responsable, más fraternal, más digna, exhortó el pontífice.
