Cambió todo. De golpe, se sacudió la mesa y las fichas que se iban acomodando quedaron todas desparramadas. Barajar y dar de nuevo, lógica consecuencia de la desaparición de quien ocupó hasta ahora el centro de la escena.

Es que Néstor Kirchner fue en los últimos años la gran referencia de la política argentina. Uno era una cosa u otra, depende de cuán lejos o cerca estuviera de él. Ahora que ya no está, todo deberá acomodarse a la nueva realidad: a un tablero político que deberá adoptar la costumbre de ordenarse sin él, a un gobierno que disfrutará de un mayor margen de tolerancia pero deberá sacudirse pronto los efectos del impacto, al carácter de la nueva conductora en soledad, a la ausencia de un epicentro para las embestidas, al recambio de actores secundarios y hasta, tal vez, a un cambio de estilo. Ni bueno ni malo, diferente.

No pudo haber sido más significativo el momento en que se produjo la muerte del líder. Inoportuno, si se lo mira desde la óptica del oficialismo optimista por el repunte que marcaba la imagen de Néstor después de caer al fondo de la tabla. Estratégico, si se lo ve desde una gestión de Cristina posicionada en medio de varias pulseadas de las grandes. Descolocado, si se lo ve desde el momento del proceso electoral, justo cuando su dedo comenzaba a encolumnar a los nombres de sus listas para el año que viene.

Tendrá entonces su desaparición un amplio significado en esos dos planos: el de la gestión del último año y pico de Cristina, y en el de la definición electoral, nombres y estrategias para llegar con chances al año que viene.

Por lo primero, no se puede dejar de señalar el rol de Néstor en la dinámica diaria de los días de Cristina presidente. Más allá de quién y cómo tomaba las decisiones, el primer damo era el que establecía acuerdos, lealtades, simpatías y enemistades que marcaban esa agenda.

Él era el combustible en el fuego, pero también era la manguera para apagarlo. Era el que decidía hasta dónde llegar, el que aplicaba los frenos en medio del vértigo de su estilo. Era el que marcaba la cancha para que el resto jugara. Ahora no hay quien la marque, quien frene. Será ella con su estilo quien deba asumir el desafío de manejar los ritmos: ¿más vértigo, más reflexión? Habrá que esperar.

Buscará nuevos socios para la gestión ante la inmensa ausencia de Néstor. Podrá ser Moyano, quien anunció a viva voz su vocación continuista pero habrá que ver cuáles son sus pasos cuando se enfríe el dolor. Podrán ser Scioli y los gobernadores, puntales en el sostén nacional, pero siempre de llegada directa a Néstor y no a Cristina. Pero el mejor respaldo que tendrá Cristina a la hora de reasumir sus funciones será esa marea humana que durante días enteros le bajó la más maravillosa música de "fuerza Cristina".

Fue un movimiento tan estremecedor como inesperado. Por la contundencia del número, movilizado a fuerza de ganas y dolor, y no de jornal y choripán. Por la emoción del peregrinaje, de lágrimas y respeto. Por la resurrección de la juventud militante, protagonista excluyente de los dos días de velatorio. Por la dimensión internacional, atrayendo a figuras de la región para expresar un dolor sincero como el brasileño Lula y el chileno Piñera. Por el reconocimiento de la mayor parte de la dirigencia y la ciudadanía opositora, consecuente con su rechazo a la política de Néstor pero valorando sus condiciones de luchador empedernido.

Inesperado, porque hasta el momento de su muerte estaba siendo despedido uno de los dos o tres políticos con peor imagen del país. ¿Cómo decodificará Cristina este contundente cambio de clima hacia su gestión, que pasa desde la resistencia frontal de un amplio sector de la ciudadanía a un viento de cola capaz de darle nueva vida política?

Tiene al alcance la posibilidad de profundizar el modelo, como le pidieron los militantes que fueron a acompañarla, aprovechando esa brisa de consuelo y piedad que baja desde la gente. Pero el modo en que lo haga será decisivo: carácter, firmeza y entereza no es sinónimo de atropello. Parece este el tiempo de mantener el control a brazo firme en honor a la lucha de su marido, pero ampliando el margen de acuerdos con nuevos actores.

Si lo hace, podrá encontrar abierta la puerta de la continuidad, en el caso que quiera buscarla. Porque dentro de todo lo malo que significa la desaparición de un compañero de toda la vida, sostén político y emocional, puntal del tándem, hay un dato para su esperanza en términos estrictamente electorales: su despedida ha humanizado a Kirchner, y mejorado notablemente su valoración. Como ocurre habitualmente con las personalidades gravitantes que se despiden y generaron resistencia, enseguida se los empieza a extrañar. Y a idealizar.

Como ocurrió hace poco con Alfonsín, cuyo influjo fue capaz de entronizar a su hijo Ricardo sin haber recorrido ningún camino político relevante, en posición de claro aspirante a la Casa Rosada. También ocurrirá con Cristina, al menos inicialmente y mientras no ocurra nada que desperdicie la ocasión. Néstor no podrá aprovecharlo, su esposa sí.

Ya comenzaron los operativos clamor. El de la gente exclamando con banderas y gritos el inicio del operativo reelección y el de algunos funcionarios nada inocentes como el canciller Timermann anunciando en la CNN que ella irá por otro período. De partida, hay para anotar algunos datos: que antes de la muerte de Néstor ella figuraba unos puntos adelante de su marido, pero que lo hacía con él al lado.

Si Cristina decide obedecer a las banderas y dedicarse a la reelección, lo hará en condiciones bien diferentes a las que marcaron su llegada. No es menor aquí la ausencia de Néstor, el auténtico operador político que ella no es ni será. Capaz de articular acuerdos y llevarlos adelante, de muñequear las dificultades con las siglas más poderosas de este país: el PJ y la CGT. Moyano ya llamó a un "acuerdo de paz", ¿señal de que la violencia es una opción?

Habrá reemplazos entonces en esa función que desempeñaba Néstor, y seguramente Cristina apelará a los más leales. Daniel Scioli, de probada fidelidad con Néstor, como lo demostró cruzando el desierto en ojotas en varias ocasiones. Y hasta el sanjuanino José Luis Gioja, presente con los Kirchner en los momentos más delicados y probado generador de acuerdos políticos de amplio espectro.

Justamente, serán ambos los señalados en hacerse fuertes en el caso en que el camino de CFK fuera otro: preservarse personalmente y buscar la continuidad por la vía de otros dirigentes empujándolos hasta la Rosada.

Scioli no es Kirchner, está claro. Y lo que la causa pierde en pasión y vehemencia, lo gana en alcance. El bonaerense es el que mejor mide en el territorio K. Si es él el candidato, se desvanecerán automáticamente muchas aspiraciones. Como las del PJ Federal, cuyos presidenciales -Duhalde, Das Neves, Rodríguez Saá y Solá- están unidos exclusivamente por el rechazo a los K. Para ellos, el desafío ya es dificultoso con CFK adelante y ni hablar del destino común sin ninguno de los Kirchner adelante. ¿Podrán unificarse todos detrás de Scioli presidente? Han ocurrido cosas aún más extrañas en la política argentina.

¿Y Gioja? El sanjuanino fue un hombre muy apuntado por las cámaras oficiales en el funeral y será gravitante en el acomodamiento que se viene. Tenía línea directa con Néstor, es cierto, pero supo construir afecto con Cristina. Lidera el grupo de gobernadores que se juramentó fidelidad el jueves por la noche. Tendrá seguramente algo que decir en esta transición. Después de saludar hasta siempre a su compañero Néstor.