Jacob, llamado Israel, patriarca del pueblo hebreo, tuvo 12 hijos, dos de ellos paridos en la vejez por voluntad de Dios por Raquel, la primera y esposa preferida. Raquel, tenida a sí misma por infértil, había aconsejado a Jacob tomar otras mujeres dado que en aquella época la descendencia era imprescindible para hacer crecer y cuidar la hacienda familiar. José, el mayor, y Benjamín el menor, pasaron a ser favorecidos por el amor de su padre y José también por su inteligencia, belleza y suerte atribuida a la guía de Dios. Todo lo hacía bien al punto de levantar el celo de sus hermanos que decidieron deshacerse de él vendiéndolo a una caravana que iba a Egipto y mintiendo al padre que lo había devorado una fiera en el campo. En la nueva tierra José fue vendido a un importante servidor del faraón quien, por su inmensa y demostrada capacidad, terminó confiándole todos sus asuntos y su casa. La esposa de Putifar, ese era el nombre del eunuco, comenzó a acosar a José pero este no consintió sus deseos para no traicionar a su jefe y a su Dios cometiendo adulterio. A poco andar, la mujer, considerándose despreciada, acusó a su siervo de intentar seducirla y José terminó en la cárcel. Su destacada conducta le hizo ganar también la confianza del jefe de la cárcel, quien le encomendó dirigir allí todas las acciones. Cayeron presos dos siervos del faraón, el que servía a diario su copa de vino y el que horneaba el pan. Pasado un tiempo, ambos tuvieron visiones en sueños que José interpretó con exactitud y precisión hasta en los momentos en que los hechos ocurrirían. El copero terminó siendo perdonado y, vuelto a la casa real y transcurridos dos años, se enteró de que el faraón había tenido un sueño que no pudieron descifrar todos los adivinos y magos de la comarca: Primero, salían del Nilo siete vacas hermosas y gordas luego de lo cual otras siete vacas flacas las devoraban sin engordar. Luego crecían siete espigas vigorosas y ricas y otras siete menudas y quemadas también las devoraban. Volvió a la memoria del copero la capacidad de José para leer los sueños, lo mencionó a su jefe y el hebreo, previo aseo y muda de vestidos, fue llamado a la compañía del rey. José no dudó: “vendrán siete años de gran fertilidad en toda la tierra de Egipto a los cuales sucederán otros siete de gran esterilidad y hambre”. Sugirió en el acto que el faraón eligiera un varón sabio y activo que designara intendentes en cada zona, les diera autoridad para recolectar y guardar en silos la quinta parte de todas las cosechas en los primeros siete años para consumirlas luego durante los siguientes siete. José fue designado virrey a los 30 años de edad, se cumplió su profecía y, mientras en los pueblos cercanos la gente moría de hambre, en Egipto, había pan. La quinta parte de las cosechas son el 20 por ciento, cifra que durante milenios fue el promedio tomado por los gobiernos como impuestos a los ciudadanos-súbditos. Aún quedan algunos países en que, con algunas diferencias, ese porcentaje se mantiene. Como sabemos, en la gran mayoría ha ido creciendo hasta más que duplicarse y con mucha velocidad en las últimas décadas. Hay cada vez menos gente que produce y trabaja y el Estado ha asumido algunas responsabilidades nuevas, como el sostén de los ancianos y otras no tan fáciles de explicar.

En Egipto, que había almacenado trigo como arena del mar, no faltó comida.

En nuestro país, también se discute la forma de distribuir el resultado de esa “cosecha” pero nunca la reducción de ítems y porcentajes a obligar. Algo por demás curioso. Sería lógico que el que gobierna tienda a gastar más y que el opositor que controla pretenda que gaste menos. Está ocurriendo al revés. Será tal vez por eso que se dice que hay economías conservadoras, socialistas, de derecha, izquierda, centro y… Argentina.