Hace exactamente dos años, en noviembre de 2017, moría en el olvido Lutz Thilo Kayser, el padre del paradigma de la privatización de la investigación y los viajes espaciales, que con sus ideas tuvo en vilo al mundo durante la Guerra Fría.
Todo comenzó en 1975 cuando este ingeniero aeroespacial alemán fundaba el consorcio espacial europeo "Orbital Transport und Raketen Aktiengesellschaft" -OTRAG-, en el que llegaron a participar cerca de seiscientas empresas inversoras europeas para desarrollar, fabricar y operar un vector de lanzamiento espacial que fuera de bajo coste.
La empresa había desarrollado un sistema sencillo y extremadamente económico. Consistía en un módulo que era impulsado por un conjunto de cohetes cuya cantidad dependía de la carga a llevar y que se eliminaban por fases una vez lanzados. Además, el invento había mostrado ductilidad en el uso de diferentes tipos de combustibles y oxidantes y, en líneas generales, todo el concepto era muy prometedor.
La empresa, íntegramente privada, reducía enormemente los costos con respecto a sus competidores y ponía en jaque el programa espacial europeo Ariane y el desarrollo del transbordador espacial de la NASA.
Pronto, reconocidas figuras alemanas del desarrollo espacial llevadas a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial mediante la Operación Paperclip, como Kurt Debus, primer director de la NASA y director del Centro Espacial Kennedy, y Wernher von Braun, director de la Agencia de Misiles Balísticos del Ejército, desarrollador del Júpiter-C y del misil Redstone, se convirtieron en las caras visibles del proyecto.
La compañía, como se le prohibió realizar ensayos en Europa, decidió instalar sus campos de pruebas al sur de Zaire, actual República Democrática del Congo, en Shaba, hoy Katanga. Una región muy rica en minerales estratégicos, de hecho en ese lugar se encuentra la mina de Shinkolobwe, de donde se habría extraído el uranio para el proyecto Manhattan.
Para el armado de las instalaciones crearon una línea aérea constituida por dos gigantescos aviones de transporte Armstrong Whitworth Argosy, y construyeron un aeropuerto junto al río Luvua a los efectos de trasladar el equipamiento desde Munich. Las casas para el personal siguieron el diseño de las preexistentes en el lugar y la instalación de la base obligó a la fundación de una empresa constructora subsidiaria, a la que se le llamó Stewering, para que se encargara de la realización de los caminos y puentes necesarios para la logística del proyecto, lo que terminó llevando un inesperado avance al lugar.
En 1977, tan pronto la empresa inició sus ensayos, comenzaron los disensos y los problemas internacionales. Debus y von Braun, al parecer, cuestionaron que las instalaciones estuvieran en Zaire por temor a que el dictador de ese país, Mobutu Sese Seko, se hiciera de la tecnología misilística, lo que obligó a la empresa a crear sus propias fuerzas de seguridad para proteger las instalaciones y continuar con los ensayos.
Siempre el problema más grave para OTRAG lo constituyó el frente externo. Las presiones francesas y soviéticas sobre la empresa, sobre el gobierno de Alemania Federal y particularmente sobre Zaire, no se hicieron esperar. Las desconfianzas, por el hecho que el proyecto pudiera colaborar con un posible rearme alemán, reverdecieron y los gobiernos de Francia y de la antigua Unión Soviética agitaron los temores en torno al regreso del imperialismo teutón.
Pero los motivos reales eran otros. Mientras que para los soviéticos era el temor a que la tecnología llevara al desarrollo de misiles alemanes de alcance intermedio con capacidad nuclear, para los franceses, que aún no habían vencido sus desconfianzas para con el vecino, era la necesidad de deshacerse de la competencia alemana y asegurar la sobrevivencia de su propia iniciativa espacial.
La situación se volvió tan inconveniente para los germanos que el canciller Helmut Schmidt y el ministro federal de Asuntos Exteriores, Hans Dietrich Genscher, un amante del pragmatismo en política internacional, decidieron suspender cualquier apoyo al proyecto.
Particularmente Genscher, uno de los arquitectos del final de la Guerra Fría, temía que el desarrollo del vector de OTRAG pusiera en riesgo la proyección económica alemana y la potencial reunificación del país, por lo que, para lograr bajar la guardia de Francia, decidió sumarse al emprendimiento del cohete europeo Ariane, lo que además dejaba sin argumento a Moscú.
En 1979, Mobutu, necesitado de fondos, decidió ceder a las presiones internacionales y anunció el cierre de las instalaciones, por lo que empresa decidió trasladarse a otro polémico lugar: el oasis de Sabha, en la Libia de Khadafi. Pasó de Zaire a Libia, de la región minera de Shaba al oasis de Sabha, los lugares eran similares en sus denominaciones, pero más en la inestabilidad de sus contextos geopolíticos.
De forma rápida, en marzo en 1981, OTRAG retomó los ensayos en su nuevo hogar. Pero esta vez se sumaron los temores de Egipto y Marruecos en torno a las instalaciones líbicas, lo que hizo que la empresa abandonara también aquél país para hacer su último ensayo en el Centro Espacial Esrange, en Suecia. Un lugar más que neutral.
En 1987 la empresa abandonó Libia llevándose toda información vital y el equipamiento esencial, y si bien el gobierno de Khadafi confiscó la estructura dejada y convirtió el lugar en su propio parque de desarrollo aeroespacial, éste nunca llegó a prosperar.
Libia intentó aprovechar la experiencia, pero el asesinato de Khadafi y la consecuente guerra civil hizo que Sabha pasara de ser célebre por ser la sede del desarrollo espacial libio a constituirse hoy en un mercado de esclavos. Un triste destino, como el de OTRAG.
Aunque la empresa hubiese logrado superar los desafíos, esto era generar un vector confiable y barato, y sobrevivir a las presiones internacionales, se hubiese enfrentado a una última y definitiva limitación. Y es que el gran negocio no era sólo el de colocar satélites en órbita, sino también venderle servicios de transporte orbital a la NASA, pero los Estados Unidos comenzaron a exigir que el 50% de cualquier empresa que quisiera ofrecerle servicios espaciales debía ser de capital nacional, lo que obligaba a Kayser a malvender la mitad de la compañía.
En definitiva, ni la empresa ni Alemania pudieron resistir las presiones políticas recibidas y OTRAG abandonó los ensayos para terminar asesorando a los emprendimientos estadounidenses Interorbital Systems Corporation y Armadillo Aerospace, esta última propiedad de John Carmack, un programador informático y desarrollador de gráficas para videojuegos que quería crear una nave espacial para realizar viajes turísticos suborbitales.
Los fines pacíficos del proyecto quedaron demostrados cuando la empresa rechazó, por no tener garantías acerca del uso de su invento, un ofrecimiento de Arabia Saudita para instalarse en su territorio. Kayser confesó que "me ofrecieron un billón de dólares para construir una base de lanzamientos pero no hubiera salido con vida de aquello y, de todas formas, no me interesaba".