Se ha iniciado el tiempo de preparación para la celebración de Navidad, celebración cuyo atractivo llega hasta los ambientes alejados de la religiosidad. Es un acontecimiento que cambió la historia de la humanidad, su actualidad se acrecienta con la fuerza de 2 milenios transcurridos desde la noche de Belén que iluminó al mundo entero.

En la catequesis del 31 de octubre el Papa explicó la fe como un don que procede de la iniciativa de Dios, entonces tiene mucho de respuesta, de aceptación. Pero esa aceptación debe ser total, lo que significa que ahora Dios es el fundamento de nuestra vida. El riesgo está en aceptar la fe como un aspecto más de la vida junto a otros, con la fragmentación propia de esta época posmoderna.

La fe cambia la vida, significa un comienzo. Ese comienzo transforma la existencia humana en una espera confiada, pero no exenta de tribulación, el camino que se inicia define la vida como una expectativa ante la consumación del don recibido en la fe, lo que se logrará en un final anunciado en el mismo sentido de la vida cristiana, llegar a ver el rostro del Padre.

Si entendemos la fe como respuesta, podemos descubrir en nuestro interior la capacidad de responder, pero esa capacidad está unida a la libertad, tenemos que tomar una decisión desde nuestra libertad, Dios habla y quiere que vayamos al encuentro de esa palabra. Nuestra decisión es libre y por eso compromete nuestra vida definitivamente. La fe nos conduce al encuentro con Dios, es como iniciar un camino nuevo que se orienta por la espera confiada en las promesas de Jesús; "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Si la esperanza se une a la fe confiamos en el encuentro definitivo con Jesús. Aunque haya expectativa por la inseguridad acerca del día y la hora en que eso ocurrirá, la espera confiada se nutre con signos de salvación como ahora la celebración del nacimiento de Jesús. La vida del cristiano que ha recibido el don de la fe se nutre de esos signos, este tiempo de preparación para Navidad es favorable para descubrir signos salvíficos; también podemos pensar en vivir la fe de modo que quien aun no reconoce esos signos, pueda hacerlo ahora; los actos que se realizan desde la condición de cristiano pueden servir para que otros descubran los efectos de la fe. Hoy con el vacío de la posmodernidad, la juventud a veces no tiene un clima favorable para escuchar la llamada de Dios a la fe. La preparación para la celebración de Navidad puede crear ese clima, Adviento nos dispone a superar las tribulaciones y encontrar los signos salvíficos, si se presta atención se puede descubrir en esos signos una llamada de Dios, incluso una respuesta a las carencias de sentido existencial que hacen que el hombre no se encuentre a sí mismo.

Estamos cerca de una nueva Navidad, la fe se nutre de alegría renovada, pero es también ocasión para pensar en cómo transmitir la propia experiencia de fe de modo entendible en la desorientación ideológica actual. Transcurre el tiempo de Adviento, una espera confiada que termina en la noche en la que se unen el cielo y la tierra, Dios al hacerse hombre nos permite entender los signos de salvación. Un tiempo de espera como este es favorable para desvelar signos de la fe y la esperanza cristianas. La tradición del pesebre crea un espacio de reflexión para acercarse a la buena nueva de Jesús, que vino enviado por el Padre eterno al encuentro de la humanidad. En esa reflexión aparece lo misterioso que no es contrario a la razón, frente al misterio la razón se fortalece por la fe en la búsqueda de la verdad. El misterio está en la perspectiva humana, la fe ayuda a encontrarse con lo misterioso y con el deseo de infinito que hay en alma humana.

(*) Doctor en Filosofía. Profesor de la UNSJ.