El pensador humanista Soren Kierkegaard publicó tiempo atrás el "Tratado de la desesperación”. Su obra fue de enorme influencia en pensadores posteriores, ya que después de Hegel el pensar era universal, general, ideal, racional y abstracto. Oportunamente, alguien inspirado se creía heredero de un poder divino, para bajar líneas incuestionables. Aunque, a partir del filósofo danés el pensar es experiencia, vida concreta, particularidad y responsabilidad. Un pensar individual, que también es subjetivo, pero no superficial, sino existencial. Es decir, la experiencia aquí es posibilidad real personal, vale, interpela más allá de toda estadística, siendo capaz de demoler a los grandes constructores de sistemas.
Decía en este polémico tratado, el seductor escritor neoortodoxo: "Después que una revelación de Dios no ha explicado su naturaleza, el pecado es, en presencia de Dios, la desesperación, en la cual no se quiere ser uno mismo o la desesperación en la que quiere serlo”. El mismo Heidegger inspiró su obra "El ser y el Tiempo”, luego de entrañar sus escritos profundos, acaparando la atención de varios académicos, como Sartre y Jaspers.
En el análisis de este texto, que llegó a mis manos, me hago cuatro preguntas claves. La primera pregunta es: ¿Cuál es la diferencia de la época de Kierkegaard con la de nosotros? Aquí, el danés razona sobre la desesperación, en donde la desesperación es el pecado, y el abandono positivo, el pecado de negarlo, o siendo más preciso, en no ver la inmensidad que da el esfuerzo ¡Que espíritu de temple el de su época! Hoy nos parecería irrisorio acaparar una columna de un Diario para hablar sobre estos temas, pero es allí, cuando se pregunta por temas de fe o de planteos vivenciales superiores: "No ir a kierkegaard es caer en la ruindad misma”.
La segunda, consiste en preguntarnos: ¿Cuál sería la enfermedad mortal de nuestra época? Al respecto, siguiendo personalmente al posmodernista, creo que la enfermedad mortal de nuestra época está en no sentirnos interpelados por temas de elevación cotidiana, sino en lograr conformidad, la que les suele convenir a ciertos pastores del "capitalismo salvaje”. Actualmente, se dice que creer es cuestión de ilusos, pero para creer, hace falta tener mucha experiencia interior y capacidad intelectual. En cambio, para rendirle culto al consumo, sólo se necesitan mentes sumisas, vidas rutinarias y chatas de ideas, para terminar adorando a los grandes constructores de mitos.
La tercera pregunta que pienso es: ¿Qué es un mito y cuáles serían los mitos de nuestra época? Un mito es una creencia mágica hacia algún fenómeno imposible de explicar racionalmente. Y, en este contexto, los mitos de nuestra época, que distan de las creencias sólidas, son el de instalar en la sociedad y en los individuos que alguien no tiene la capacidad para poder elevarse del tedio cotidiano. A ello, lo vemos en las frases mitológicas diarias concretas, tales como: "No se puede luchar contra la corrupción instalada”, "es imposible lograr mejores políticas”, "nosotros tenemos ideas y los demás pavadas”, "No podés aspirar más que a esto”, entre tantas otras. Las ideas fantásticas actuales, son las alimentadas por el orgullo cultural, al no proponer ideales creativos o altruistas a imitar, sino lo vano y lo que masifica, para controlar. Cuando hay más riqueza cultural, se ofrecen alternativas superadoras, se privilegia la capacidad de elevación individual y social, para que la gente pueda luchar creativamente. En cambio, en los tiempos de bajeza cultural, se instalan los mitos facilistas, que alimentan el pesimismo y los esquemas de las crisis. En fin, para redondear, nuestra enfermedad mortal consiste en carecer de ideales, o en ni siquiera desesperar por "ser uno mismo” en esos ideales a lograr.
Y, la cuarta, y última pregunta es: ¿Cuáles serian esas carencias de ideales? Las carencias suelen alimentarse en la agenda mediática, cuando se privilegia la información taquillera o se desvía la atención; en algunos políticos, si sólo hacen de la política un "acting”, de primera plana momentánea. En el Estado, que a veces, es demasiado paternalista y en otras, demasiado ordenador. Y, también, cuando se augura el mito de que las villas, el facilísimo y la victimización son los modelos a construir.
La frialdad humana conduce a "la enfermedad mortal” del existencialista, al descreimiento de todo, si se instala la idea de que todo da igual ¿No augura ello la angustia fatal y la era de los psicólogos? El papa Francisco, ya figura entre los cuatro líderes más influyentes del mundo, según Forbes ¿Y de donde le vino ese poder? Sin duda, creo le vino de la fe, de los mensajes pocos taquilleros, y sobre todo por pujar cerca de la foto sentida, "siendo el mismo”, con aquél olvidado y sufrido de siempre.