El hombre, a través de los años, eligió entre distintos animales a los protagonistas de espectáculos que se convirtieron en tradiciones arraigadas y características de algunos pueblos. La historia universal nos ha revelado la crueldad de los dueños del poder imperial que en el circo romano enfrentaba a sus víctimas en una lucha desigual con las fieras, en el despiadado marco del regocijo de dilectos invitados y de la muchedumbre que colmaba las tribunas. Sabemos de las famosas "corridas de toros”, duelo librado entre el animal con su cuerpo sangrante de banderillas clavadas por colaboradores montados a caballo y el arrogante torero que lucía llamativo ropaje y provocaba al toro herido blandiendo un paño rojo y girando a su alrededor con atrevidas posiciones corporales, esperando el momento propicio para hundir en sus entrañas el sable que esgrimía. La magia del cine estadounidense vistió con desteñido romanticismo al recreativo espectáculo en la recordada película "Sangre y arena”, de sugerente título. Hace algún tiempo en el Parlamento de Cataluña, tras reñida votación de sus representantes, "su cuerpo legislativo anuló las trabas existentes para debatir la abolición del show taurino más popular y redituable”, pronunciamiento que tuvo trascendente reconocimiento.

Nuestra literatura vernácula se ha hecho eco de las concurridas ruedas que convocaban "los reñideros de gallos”, singular atractivo para caballeros y campesinos que alegremente apostaban a los golpes de los espolones reforzados con puntas de acero del gallo preferido que terminaban con los ojos y la vida del vencido.

No podemos ignorar en el recuerdo del "Día del Animal” al caballo, compañero fiel de nuestro hombre en el sacrificio de las guerras y en la laboriosa siembra de la paz. Me permito agregar, en su homenaje, los últimos versos de un poema que titulé "Caballito criollo”: "Domado con cariño por su dueño/ que quizás apremiado por urgencias/ del próximo combate o del trabajo/ usó algunas veces el talero./ En los atardeceres del descanso/ con la ternura de sus manos rudas/ en la cabeza de su noble amigo/ le confió su dolor por el castigo/ y escondió el rebenque para siempre”.

Es loable "la convivencia saludable del hombre con los animales”, cuyas mascotas padecen muchas veces el doloroso olvido de los abandonos.