Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo, Bar Timeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!" Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!" Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! El te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino (Mc 10,46-52).
La llamada "gran sección central de Marcos" que comprende el viaje de Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, donde completará su misión, está enmarcada entre dos curaciones de ciegos: la primera, (Mc 8,22-26), del ciego de Betsaida, al norte del Mar de Galilea, y ahora la de Bar Timeo, en Jericó, la gran puerta de entrada de los que vienen por la Transjordania al camino real hacia Jerusalén. La primera escena del último acto de la vida de Jesús. Pero la curación del ciego de Betsaida ha sido parcial y dificultosa. A solas, apartados de la multitud. Marcos recuerda que Jesús incluso acude a recursos cuasi mágicos: lo toca con saliva en los ojos, le impone las manos. El ciego no alcanza la visión de pronto, sino de a poco, al comienzo solo ve bultos, como árboles. Jesús debe volver a ponerle las manos en los ojos. Recién al final, dice Marcos, el hombre veía "de lejos" todas las cosas. Pero Jesús, entonces, lo manda de vuelta a su casa. El convaleciente no sigue a Jesús ni proclama lo que le ha sucedido. Por otra parte es un ciego anónimo.
Ahora no. El ciego del evangelio de hoy tiene nombre. Todo se interrumpe con la presencia de Bar Timeo, que en hebreo significa "el hijo del honrado" o "apreciado", quien es descrito con tres características: mendigo, ciego y ubicado no en el camino, sino al borde del mismo, lo que contrariamente lo convierte en un despreciado. El que para Dios es el hijo apreciado, la sociedad lo ha rechazado. Al ser mendigo es un dependiente de los demás, no tiene autonomía, no ha podido desarrollarse como persona. Al ser ciego es considerado un pecador. Y al estar junto al camino es un excluido. La fe es lo único que nos da nombre y revela nuestra auténtica personalidad. Cuando somos totalmente cristianos, allí recién somos libres. Bar Timeo es uno de los poquísimos nombres propios que recoge Marcos de sus personajes del evangelio. Este mendigo ciego es el ícono de todos los hombres. Mendigo de luz y de caminos, de horizontes y de compasión. ¿Hay alguien más náufrago de la existencia que un mendigo ciego y solo? Sin embargo, este náufrago no está perdido. Levanta la voz sobre el murmullo de la gente que lo ignora. Solo y en la oscuridad grita su desesperada esperanza. Un grito físico, pero que resulta visceral, ya que parece salir desde aquello que la persona tiene de más profundo. El grito es más que la palabra, ya que dentro de él hay fuerza, dolor y necesidad. Hasta que haya un grito en la tierra, la esperanza tiene alojamiento en este mundo. Bar Timeo no dejó de gritar "¡Ten compasión de mí!", y cada vez más fuerte, como quien dice a su modo urgente e intempestivo que lo suyo no debe perpetuarse, que no ha nacido para eso. A este pobre hombre, una sociedad que lo ha hecho mendigo, ciego y excluido, ahora también quiere quitarle lo poco que le queda: su voz y su palabra.
Jesús se detiene. El Dios compasivo y misericordioso nunca es sordo al clamor de su pueblo. En la cabeza del ciego habrán resonado una y otra vez las palabras de Isaías respecto al nuevo ungido: "He venido a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a consolar a los que lloran y darles diadema en vez de ceniza, alabanza en vez de espíritu abatido" (Is 61,1-3); "¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz!" (Is 60,1). Quienes llaman al ciego utilizan tres expresiones típicamente discipulares, que bien podríamos poner en un cartel grande afuera de la Iglesia o en la puerta de las casas de los católicos: "¡Animo, levántate! Jesús te llama". El ciego también realiza tres acciones: arroja la capa, da un salto y se acerca a Jesús. No se quita el manto, sino que lo tira. No se levanta, sino que da un salto. No lo observa de lejos, sino que corre y se acerca. Jesús, sabiendo la necesidad del ciego, quiere que lo exprese por su propia voz. Mientras una sociedad intenta hacer callar, Jesús invita a dejar oír nuestra voz. Jesús no quiere ser voz de los que no tienen voz, sino que desea que todos puedan expresar su propia voz. Finalmente le dice: "Tu fe te ha salvado". Después de recobrar la vista, Bar Timeo siguió a Jesús por el camino. Había encontrado la Luz y abandonó su ceguera; había hallado el Tesoro y dejó de pedir limosna; había encontrado el sentido de la vida, y se puso a caminarlo, abrazando a Aquel que es Camino y con nosotros Caminante.
