La reciente muerte de Carlos Fayt, quien fuera ministro de Suprema Corte de Justicia durante 32 de los 33 años de democracia y la revisión de algunos de sus fallos, muchas veces en disidencia, nos ha permitido ver en retrospectiva las barbaridades jurídicas que se han correspondido con otras tantas barbaridades económicas que hemos compartido desde 1983. La falta de apego a la base de la pirámide jurídica que empieza con la Constitución y la creencia de que la ley es un elástico que se debe amoldar a las volubles y entusiastas ocurrencias de los mandatarios de turno, ha sido la constante de estos años. En esa historia pueden encontrarse hechos que no se vinculan con una única materia pero que sí tienen en común el desprecio a la continuidad del derecho. Desde las inconstitucionales leyes de punto final y obediencia debida hasta la incautación de depósitos a plazos fijos en ahorros del sistema bancario (plan Bonex), pasando por exacciones como la ‘pesificación asimétrica‘, las eternas leyes de emergencia y otras yerbas, la Argentina ha sido un ejemplo de adolescencia republicana.
Ahora, las permanentes urgencias que se prolongan década tras década como si no hubiera forma de parar la pelota alguna vez y ponerse a pensar cuáles debieran ser reglas de juego más estables, nos vuelven a llevar por inciertos caminos de interminables regulaciones. El nuestro es uno de los países de economía más regulada del mundo. Se supone que esto sería para evitar excesos de unas y otras partes pero el resultado demuestra lo contrario. Esta es la causa principal de la escasez de inversiones y, como demostración de la incorrecta evaluación ideológica que pone en veredas enfrentadas a ‘zurdos‘ o ‘neoliberales‘, tenemos a nuestros vecinos, Chile, Uruguay o Perú, donde varía la orientación de sus gobiernos pero no se dan volantazos en las reglas principales.
Sin ir más lejos, Chile debate el recorte de sueldos estatales un 3,2%. El socialismo no evade la aritmética. Aquí parece increíble que se vuelva a intentar hacer la felicidad por ley con escritos como el de la Emergencia Social que se discutirá la semana que viene pero que tendría en su texto la obligación al gobierno de crear un millón de puestos de trabajo como si esto fuera posible con la sola inscripción de letras en una pantalla de computadora.
Parece increíble también que hasta el propio oficialismo se sienta superado por la ansiedad de volver a la senda del crecimiento económico cuando está todo tan trabado y aparentemente se lo quiere seguir trabando con ejemplos como regular la ley de alquileres que extendería el plazo mínimo a tres años cuando se sabe por experiencias del pasado que esto lo único que consigue es retrasar, diferir o directamente eliminar las inversiones inmobiliarias para rentar. Faltaría que alguien volviera a proponer que se congelen los montos o que no se ejecuten las deudas hipotecarias. El déficit fiscal no se corrige y los ingresos no aumentan en la misma proporción, lo cual ha llevado al equipo económico al exceso de pensar que la tasa de impuesto a las ganancias pudiera crecer hasta el 45% como si esto fuera un aliento para las inversiones.
¿Tan temprano se ha perdido el rumbo? Al comienzo de la gestión se impuso la idea de una reforma gradual que hasta el momento no viene dando resultados. No se ha generado la confianza de nuevos actores que pudieran dar impulso a la economía desde otro punto que no fuera estrictamente el consumo y para colmo el consumo desapareció. La reciente participación del Presidente en reunión con empresarios encendió la peor alarma: pidió casi a gritos su apoyo como si las decisiones de inversión se pudieran motivar con un discurso. ¿Cuál sería la razón por la que una situación de alta inflación con bajas reservas, alto déficit, baja competitividad y un frente externo regional en decadencia debiera durar un año o un semestre? ¿No será que está faltando la cuota de liderazgo que supieron administrar los anteriores mandatarios para que el pueblo y la clase dirigente pudiera soportar la crisis el tiempo suficiente? ¿No será que se cometió un error al no relatar las severas condiciones en que se recibió el país? ¿No será que se debieron tomar medidas mucho más drásticas para, en todo caso, justificar la acusación de un ajuste que en realidad no se ha realizado?
Son hipótesis pero lo que es una realidad es que, como diría mi abuela, lo actual no es ni chicha ni limonada, y el tiempo pasa.