El cono sur del continente americano, una de las regiones que menos conflictos armados han mantenido, que además comparten lineamientos políticos en general es, paradójicamente, el lugar donde se ha registrado el mayor gasto militar del planeta.
Esta incongruencia, revelada por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, Suecia, contabiliza un gasto bélico de U$S 63.000 millones el año pasado, o 5,8% respecto a 2009. El impulso lo dio la política de defensa de Brasil junto a otros siete países que siguieron la tendencia, incluyendo a la Argentina, aunque en mínima proporción.
Sin embargo, en términos absolutos, América del Sur sigue siendo una de las regiones que menos dinero destina a asuntos militares, a pesar de estos aumentos, ya que el monto citado fue apenas superior a lo que gastó solamente Francia en el mismo rubro y representó a 4% del gasto mundial, contra el 43% de los Estados Unidos. Claro que estas naciones, como todas las integrantes de la OTAN enfrentan conflictos armados que están lejos de superarse, al igual que los elevados presupuestos militares de Oriente Medio y los estratégicos de China y Japón. Basta indicar, como ejemplo de las cifras observadas en el estudio, que el gasto militar norteamericano, impulsado por EEUU, aumentó el año pasado 2,8% respecto a 2009, llegando a los 721.000 millones de dólares, comparando estos números con las erogaciones de Centro América y el Caribe, que en conjunto aumentaron 1,9% sus compras, llegando a los u$s 6500 millones.
Las explicaciones del caso latinoamericano están dadas por la bonanza económica regional vivida en la mayoría de los países, donde no se sintió mayormente el impacto de la crisis mundial, lo que les permitió modernizar o ampliar sus sistemas defensivos, de acuerdo a las primeras observaciones de los expertos. Pero en este contexto lo que más llama la atención es la posición de Brasil, donde parece prevalecer la búsqueda de prestigio en sus pretensiones de escalar rápidamente al nivel de potencia mundial, antes que por reales necesidades de defensa de la soberanía nacional.
Pero las motivaciones armamentistas sin duda están condicionadas por la marcha de la economía y el caso paradigmático es Venezuela, que el año pasado experimentó la mayor caída del gasto militar de la región: 27%, reflejo de la crisis generada por el precio del petróleo. Las hipótesis de conflictos armados deberían desaparecer, si los países encontraran las fórmulas y la intervención de instituciones que lideraran los problemas hacia soluciones reflexivas y aceptadas por las partes, cosa que a esta altura de la civilización deberían estas afianzadas.