Cuando sentimos la perdida de un ser querido, queda una sensación de pena, junto al recuerdo que empapa el rostro de lágrimas. Por ello, reflexionar sobre la muerte de vidas humanas acontecidas, es ahondarse en uno de los misterios mas impactantes.

Cuentan que momentos antes de morir, Epicuro el filósofo griego de Samos, se sumergió en un baño de agua caliente y bebió una copa de vino puro, brindando su última lección al gozar hasta el último instante de su vida. Y, oportunamente afirmo: "El que exhorta al joven a una buena vida y al viejo, a una buena muerte es un insensato, no sólo por las cosas agradables que la vida comporta, sino porque la meditación y el arte de vivir bien y de morir bien son una misma cosa". Oportunamente, se muere como se vive, y frente a ella hay una posición de esperanza de vida o de la nada y la nausea, como expreso el pensador Sartre.

No obstante, Marco Aurelio, que fuera también un filósofo estoico, dijo en sus meditaciones que cuando morimos perdemos tan sólo el momento presente, porque el pasado ya fue y el futuro no llegó. Y, por ello se preguntó: "¿Vale la pena atesorar el momento presente?". Actualmente, para el materialismo reinante, la única vida consiste en evitar el dolor a cualquier precio, aprovechando al máximo el placer momentáneo, ya que lo que queda es la náusea. Pero, podemos afirmar que aquí el filósofo romano se equivocó, porque cada uno lleva un manojo imborrable de ilusión y esperanza, memoria, dolor, angustia, felicidad, en donde el pasado y el futuro se encuentran en la lucha cotidiana. Por ello, la vida humana no deja de ser una gran tensión entre lo vivido y lo que esperamos, porque somos criaturas con ansias de logros, las que muchas veces se ven anuladas por dos cosas: por la propia muerte o la de otro, la de aquel que siento a mi lado.

En cuanto a la primera, nunca es mala porque todo el mundo dice que nadie es consciente de su propia muerte, aunque siempre la muerte se sufre en el sentido de pérdida, para los que están vivos. Pero, en cuanto a la segunda la pregunta frecuente es la de como enfrentar la muerte de los otros, aquella que nos interpela.

Verdaderamente, siempre lloramos la perdida de alguien que dio sentido a nuestro mundo, dejando una honda huella en la arena de los años, junto a un largo duelo de recuperación. Pero, casi nunca nos sanamos del todo de aquellas perdidas, sino que apenas podemos convivir con ellas. Por tal motivo, cuesta creer que la ausencia de alguien bueno-malo que estuvo presente con nosotros desaparezca para siempre, porque queda en nuestra memoria una sensación de vida cuando lo recordamos, como una suerte de eternidad. Ciertamente, ella le dio a las religiones, la meditación sobre los tiempos mejores, como un mar de fe, que apela siempre a la sedienta libertad y razón humana.

Pero, la muerte es temida por todos, aunque mucho más para los que ocupan una posición de privilegio en la sociedad liberal, porque el verdadero peligro está en aquellos que vivos se aferran demasiado al poder, cuando sólo ven con ojos de envidia a los que ya murieron.

Por ello, el filósofo antiguo Epicteto afirmó que, "si alguien tiene un vaso de arcilla en la mano, que piense: es un vaso frágil lo que aprecio, y si se rompe, no por eso te enfadarás. Si abrazas con cariño a tu hijo o a tu mujer, piensa que es una criatura humana la que tienes en los brazos; y si la muerte te lo arrebata, no experimentarás por eso trastorno alguno". A menos que seamos religiosos, que con esa suerte de fe increíble Levin, el personaje de Tolstoi, admiraba en sus siervos por aquellas formas que tenían de luchar con la mismísima muerte.

Pero, para poder revalorizar su verdadero significado en la modernidad, la sociedad necesita reencontrarse, para recuperar el sentido que le daban los líderes espirituales y antiguos. Es bueno que sepamos aprovechar cada instante de la vida con intensidad, porque en un segundo se nos va, y sólo temerle a aquellas cosas que con el poder de nuestra libertad podemos evitar.