En tiempos de democracia desflecada, la normalidad debería ser noticia. Eso es lo que pensaron lo que se decidieron a ubicar a Daniel Tomas al frente de la lista oficialista para diputados: es de los pocos aspirantes que no incurría en el manual de vicios con que la modernidad intoxica al sistema, desde candidaturas testimoniales hasta gestiones abandonadas.
Los primeros son la tropa disciplinada bonaerense de gobernador e intendentes que ocupará boleta con la sorprendente aclaración al margen de que no asumirán si son electos. Nada nuevo por el método -revisar Angel Maza, gobernador riojano candidato a senador para derrotar a Menem en 2005- pero sí por la cantidad.
Los segundos podrían demandar largas mesas de interpretación. Pero queda claro que un funcionario que es electo para una función y abandona a mitad de camino por algún interés electoral, está bordeando el desprecio y faltando a su compromiso. Nadie podrá utilizar como argumento presentable el de la tentación de una banca en el Congreso, sencillamente porque no la tiene en contrapunto con la fascinación que suele ser la silla de un intendente.
Sorpresivo obsequio fue el que recibió Mauricio Ibarra, uno de los encuadrados en la tendencia, en esta semana y desde su propio campamento. Gabriela Michetti, la vicejefa de Capital, renunció a su cargo para dedicarse a la campaña y dijo hacerlo porque "acá todo es transparente". ¿Habrá querido decir que los que no lo hacen, no lo son? En realidad, lo de la dirigencia del PRO -partido al que Ibarra no adhiere, aunque en San Juan lo integra como socio- fue una finta para poder seguir cuestionando al bando de los testimoniales que anticipan no asumir, y despejar esa misma conducta. Y lo de Michetti fue un manotazo para maquillar las necesidades electorales de su agrupación, bautizada de este modo como agrupación política con esta clase de intereses por encima del buen discurso de la institucionalidad.
Quedó entonces Ibarra a mitad de camino entre la política y la gestión, y disparó un debate interesante de librar. A regañadientes, no descartó también su renuncia, aunque aquí es prudente la observación sobre el lugar desde el que se lo hace. Puede Michetti renunciar al cargo de vice sabiendo que su primer lugar en la lista para el Congreso no tiene otro destino que el de entrar sin remedio, en cambio el rawsino deberá remar duro para llegar y corre un riego que no corre Michetti: el de quedarse afuera del Ejecutivo y del Congreso.
Y ensayó luego un poco de memoria sobre los casos parecidos que le entrega la historia. Recordó que Gioja no renunció a la senaduría para ser candidato a gobernador en 2003, como tampoco lo hizo su ahora compañero político Roberto Basualdo cuando lo fue en 2007 (algo que no recordó). O: ¿debería renunciar también Daniel Tomas a su banca en la Legislatura provincial para intentar dar el salto a la Nación, como lo hizo Pedro Rizzo en 1997? El caso del bloquista quedará como un hito en la historia: renunció, pero no llegó al Congreso.
Sin embargo, lo que parece recriminar la gente en ánimo de sentirse estafada son los descensos de escala, porque allí la sospecha se traduce en una certeza: están priorizando los intereses partidarios por sobre la voluntad popular. ¿Cómo es es eso de que Scioli quiere ser diputado, si es nada menos que gobernador de Buenos Aires? Muy simple, no quiere ser diputado.
Tampoco se digiere el gesto de Michetti, aunque lo acomode con el argumento de ir a pelear en el Congreso por los recursos y las atribuciones con que el gobierno nacional tiene de rehén a su distrito. Claramente su cargo de vicejefa es de mayor jerarquía al de una banca, a la que podrá nuevamente abandonar -esta vez con la comodidad de no tener reflectores encima- dentro de dos años para ser candidata a jefa de gobierno.
De hecho, ese es el camino que recorrió su jefe: Mauricio Macri fue dos años diputado nacional con poca presencia en el recinto, y dejó su cargo para ser jefe de gobierno sin recriminaciones. Para cerrar con el PRO, menos conflicto con esto de cambiar de cargos tendrá quien seguramente tome el carril contrario de la autopista: Federico Pinedo dejará posiblemente el cargo de diputado para encabezar la Legislatura, a todas luces un sitio de mayor relevancia y por lo tanto más alejado de alguna estafa a la voluntad popular.
No irán las hordas de desencantados a recriminarle por haber dejado la banca en la que lo puso el voto popular, como tampoco irán los que votaron a Gioja como senador ante su salto a gobernador, ni a Roberto Basualdo por haber intentado lo mismo. Sí a los intendentes que deciden un destino más gris por intereses electorales, como Michetti o Ibarra por distintos motivos: mientras la candidatura de la porteña busca mantener a su partido al frente del distrito, la del rawsino intenta probarlo como factor de recambio al giojismo y alternativa para el 2011. Finalmente, Ibarra tomará licencia.
Esa y no otra fue la razón que llevó al gobierno a desensillar de lo que parecía una candidatura cantada: la del pocitano Sergio Uñac, por lejos el dirigente del giojismo mejor posicionado hoy como para obtener un triunfo electoral consistente.
Pero es un intendente y había que hacerlo bajar de ese pedestal para ponerlo en carrera política, algo que le hubiera impedido ensayar el discurso que cuestiona a los que justamente dejan cargos relevantes para ir al cuerpo a cuerpo de las urnas.
Era la opción más firmes entre los intendentes, aunque algunos desde afuera se mostraron interesados en ponerlo en carrera al propio Marcelo Lima, intendente de la Capital.
Otra fuente que suele proveer de candidatos a las elecciones de medio término como ésta sin incurrir en la estafa del voto popular es la de los gabinetes. Pero Gioja mantiene vedada esa vía desde el mismo inicio de su gestión: nunca la usó, tal vez ante el personalismo evidente que despliega el gobernador en toda la agenda y que pone difícil que un ministro puede brillar con luz propia como para convertirse en factor electoral. Esta vez habían mandado a medir a José Strada o Daniel Molina, dos de los colaboradores más estrechos, pero ninguno se despegó como para optar por ese camino.
De a poco entonces, las opciones se fueron encolumnando por donde habían empezado. Daniel Tomas fue uno de los primeros en aparecer como postulante a encabezar la boleta, aunque claro que en otros tiempos. Pero cuando la cosa comenzó a ponerse más empinada -especialmente ante el armado opositor y el deterioro de la imagen presidencial- su nombre comenzó a esfumarse al punto de quitar las esperanzas a él mismo.
Por eso el más sorprendido al leer la noticia en grandes titulares fue Daniel Tomas. Lo esperaba en lo más profundo, pero sin siquiera confesarlo en la intimidad ante la posibilidad de una nueva frustración, como la que tuvo cuando Rubén Uñac fue ungido como vice luego de haber estado convencido de que le tocaba el turno a él.
Uno de los factores que le jugó a favor fue la confianza. Esa que se ganó como primera espada del giojismo en la Legislatura -ahora deberán buscarle un reemplazo, ¿será Javier Ruiz?- y a lo largo de un militancia compartida con el gobernador en Rawson. Este no es un dato menor.
Y otra confianza. La del propio gobernador en campaña, defendiendo la marca Gioja.
