
El 2019 ha sido un año particularmente difícil en términos de consolidar una convivencia social basada en el respeto, el diálogo y la escucha.
Frente al otro, sobre todo cuando ese otro piensa distinto, hemos levantado muros y usado nuestras convicciones como férreas armaduras medievales. En vez de celebrar las diferencias propias de sociedades democráticas, las hemos convertido en ocasiones para la contienda, el enfrentamiento y la fragmentación. No nos hemos escuchado. Acaso, sólo hemos oído las razones del otro, pero concentrados en cómo responder para ganar la batalla.
Escuchar al otro, exige salirse de sí, volcarse en lo que el otro te quiere decir, tratar de entender por qué piensa o siente de tal o cual manera. Por eso oír implica sólo los oídos, mientras que al escuchar pones en juego la mente y el alma.
Ahora bien, para escuchar necesitamos vencer barreras interiores, como son la soberbia y la intolerancia. La soberbia de quien se cree dueño de la verdad y la intolerancia que, según Machado es propia de cabezas medianas que tienden a embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza.
Para lograr una actitud de escucha fructífera además de superar estas limitaciones, debemos adiestrar nuestra voluntad en una virtud indispensable para la convivencia: la compasión. Virtud que conjuga la empatía y la comprensión hacia el dolor de los demás. La esencia de la compasión consiste en sentir la angustia ajena, ponernos en los zapatos del otro y empatizar con él. Por eso, es una disposición activa hacia la comunión que nos lleva a acompañar al otro en medio de su congoja o angustia.
La palabra empatía que proviene del término griego empátheia (sentir dentro), se refiere a la capacidad de comprender el universo emocional de otra persona.
Debemos tener claro que la compasión que nos lleva a acompañar el sufrimiento del otro, no supone necesariamente compartir sus opiniones y argumentos ni alentar decisiones. Es fácil ser empático con aquellos que comparten nuestros enfoques o paradigmas sociales, políticos, morales, etc. Lo que verdaderamente nos edifica como personas es el poder abrirnos, escuchar y acompañar a ese otro que piensa y siente de una manera distinta a la nuestra.
Hay cientos de historia basadas en la compasión. Cito una que está en la base de mis convicciones religiosas. Es una historia que retrata uno de los actos de mayor compasión de la Biblia (Éxodo 2; 1-4). Es la decisión de la hija del Faraón de adoptar al pequeño niño que encontró en un cesto en el juncal de las orillas del río donde solía bañarse. Cuando abrió el arca de juncos y el pequeño le tendió sus brazos, la princesa sintió compasión por el niño. Su decisión trascendió las barreras culturales y sociales y es basal en la fundación de la nación hebrea.
Siempre habrá una persona perdida en las aguas de la vida. Encontrarse con ella en un punto de su camino y amarla como es, nos ayudará a crecer en esta aventura de humanizar nuestra naturaleza humana. En definitiva, será nuestro Moisés en los juncos del Nilo.
Por Miryan Andújar
Abogada y docente universitaria
