Los ciudadanos tendríamos que interrogarnos respecto a qué grado de atención prestamos a los espacios públicos y a lo que redunda en beneficio de todos. Hace meses que el municipio de Caucete trabaja para tener lista la iluminación de la ruta 270 que une a ese departamento con 25 de Mayo, período durante el cual se han producido constantes roturas de las luminarias de última tecnología causadas por vándalos. De modo constante los lectores de DIARIO DE CUYO envían cartas señalando el sistemático descuido del arbolado público, la destrucción de bancos o juegos de muchas plazas, el arrojo de residuos al borde las rutas, o de papeles y envases en el lago del Parque de Mayo. Estos son sólo algunos testimonios del descuido o falta de supervisión, ya no sólo por parte de las autoridades responsables, sino de los mismos ciudadanos.
El desprecio que existe por lo que es de todos es una demostración de la falta de conciencia social que impera en algunos sectores. La degradación del espacio público puede darse tanto por medio de la acción como de la omisión. En el primer caso, se sobrepasa con el obrar el límite del uso normal, provocando en el lugar o en alguno de sus elementos una degradación que impedirá que otros puedan utilizarlo en las mismas condiciones, sin una ulterior intervención que subsane el perjuicio. En el segundo caso, se trata de no desarrollar todas aquellas acciones que debieron haberse llevado a cabo para conservar la integridad del espacio o mejorar su calidad y que, al no efectuarse, derivaron en una degradación que era totalmente evitable.
La relación estrecha entre responsabilidad y el ejercicio de la libertad consiste en que un individuo debe responder por los actos en los que voluntariamente incurre. Y uno de los principios básicos que rigen la responsabilidad es que no existe un acto inocuo. Todos los actos humanos, por más pequeños que parezcan tienen consecuencias, y cuando éstas no son asumidas por su responsable, recaen sobre alguien más, sin excepción. El libre se transforma entonces en libertino y el inocente, en víctima. Si hay que señalar responsables, debemos dirigirnos sin excepción a todos y cada uno de los agentes que interactúan en el espacio público. Porque a todo el que le corresponde el derecho de usar y gozar libremente en condiciones normales de ese espacio, también le corresponde el deber de respetar el mismo derecho de los demás. El espacio de todos no puede ser tratado como tierra de nadie.
