Han tomado estado público las conclusiones de 57 trabajos realizados en 13 provincias argentinas, que trazan un mapa preocupante sobre el crecimiento de la obesidad en las etapas de la existencia que más pesan en la calidad y expectativa de vida de una persona: la niñez y la adolescencia. Los estudios abarcan a alrededor de 120.000 chicos y la mayoría se hizo en los últimos dos años.

Desde el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni) se han llevado a cabo investigaciones con la metodología propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para observar esta evolución, concluyendo que el 24% de los preescolares, el 37% de los escolares y el 27% de los adolescentes están excedidos de peso. No es la primera vez que informes como éste llaman la atención sobre un problema que parece no encontrar una solución y del cual no escapa ninguna clase social, porque la ingestión excesiva de calorías afecta por igual a niños pobres y de otros niveles sociales.

En el caso de los niños obesos de familias pobres, inciden las dietas monótonas, es decir, concentradas en hidratos de carbono y azúcares; en el caso de los chicos de clases medias y altas, también con altos índices de sobrepeso, se trata de que ingieren demasiadas grasas, jugos y bebidas azucaradas. Y en ambos casos la falta de ejercicio físico y el sedentarismo que imponen las horas pasadas frente a la pantalla de televisión o de la computadora aportan su cuota de responsabilidad a esa enfermedad de riesgo que es la obesidad.

El problema no es de fácil resolución. Sin embargo, para el Cesni, la mejor manera de comenzar con esta educación en salud es desde que la mamá está embarazada, no sólo porque ésta debe ingerir una alimentación saludable y variada, sino también porque el bebé dentro del útero ya percibe los sabores de lo que come su madre. Y los próximos tres años de vida serán fundamentales en esta enseñanza para la vida.

Pero los padres no deben estar solos en esta tarea de educación alimentaria para evitar la obesidad. También desde la escuela y la comunidad se debe velar por la salud de nuestros niños y adolescentes. Porque los hábitos saludables en la alimentación y en la actividad física durante la niñez y la adolescencia no sólo redundan en personas más sanas en la edad adulta, sino también en ciudadanos que se han ido acostumbrando a elegir lo que es mejor, para ellos y también para la sociedad.