La mayor deforestación mundial crece a pasos agigantados en el Amazonas impulsada por agricultores de Brasil. Como en toda potencia emergente, la política doméstica pesa más que los acuerdos internacionales para preservar los ecosistemas, en particular a este verdadero pulmón de la humanidad.

En el Congreso de Brasil se viene sosteniendo un acalorado debate sobre la posibilidad de modificar la legislación de protección del bosque, para privilegiar la cuestión económica. El proyecto prevé modificar el Código Forestal de 1934, modificado en 1965, que establece la extensión de tierra que se puede deforestar para destinarla a la agricultura. Esa normativa obliga a que el 80% del terreno amazónica se mantenga como bosque, pero la cifra ha descendido hasta el 20% en algunas zonas, según sorprendieron al propio Gobierno las imágenes satelitales. El último relevamiento fotográfico revela que la deforestación de la selva amazónica brasileña se ha multiplicado por seis desde el año pasado, y peor aún, ya que muestra que entre marzo y abril últimos se destruyeron 593 kilómetros cuadrados de bosque, frente a los 103 arrasados en los mismos meses de 2010.

La zona más afectada es el Mato Grosso, centro de las plantaciones de soja, con el agravante de que la mayor parte de la destrucción se produjo como consecuencia de la quema de grandes extensiones de bosque nativo por parte de los productores, para dar lugar al cultivo de soja y algodón.

La paradoja es que mientras existe un intenso debate parlamentario sobre una posible flexibilización de las normas de protección ambiental, el gobierno de Rouseff ha creado un "gabinete de crisis" para evitar la tala irracional.