Entre el circulo íntimo que rodeó a Eva Perón se encuentra un sanjuanino, Francisco Ernesto Molina. Este hombre fue su chofer personal y ha contado anécdotas de esta mujer tan importante de nuestra historia, que es interesante conocer.
Sobre el trato extraordinario de Evita, Molina expresa: "Les diré que era una persona de carácter, muy dura cuando debía serlo, pero con nosotros, con su personal, el trato era siempre cariñoso. A los miembros de la custodia los llamaba muchachos. Nosotros, los choferes, éramos hijos. Y con la señora estuvimos hasta el último momento".
Cómo era un día de trabajo de Evita agrega: "Nosotros tomábamos servicio a las 8 de la mañana. Antes, a las 7, ya estábamos revisando el coche y a las 8 debíamos presentarnos en la residencia presidencial. A esa hora, la señora ya estaba con su peluquero, Julio, que la peinaba bien temprano. Mientras la peinaban, ya atendía a la gente humilde que llegaba con algún pedido. Los recibía en una habitación de la planta baja… La señora era recta, había que conocerla. A veces se quejaba de la velocidad elevada con que manejaba. En otras ocasiones, cuando la llevaba despacio me decía: ‘Hijo, no ando paseando, tengo que trabajar".
Con Evita se utilizaba poco la calefacción porque a ella no le gustaba, y siempre subía acompañada por algún funcionario con el que hablaba de trabajo y no era de arreglarse o mirarse en el espejo del auto. Ya salía de la residencia totalmente arreglada, con su famoso sombrerito, muy prolija y siempre dejaba en el auto una fragancia a perfume, seguramente francés.
Molina trae a la memoria que en un crudo invierno a comienzos de la década del "50, en el mes de julio, había trasladado a Evita al Ministerio de Trabajo y Previsión. En aquel entonces, en Plaza de Mayo y Reconquista estaban todas las paradas de colectivos: "Cuando pasamos por el lugar Evita empezó a decir: ‘Ay, pobrecita esa gente, con el frío que hace. Cuando me dejen a mí, vengan a buscar a estas personas y las llevan a sus casas. Y que esto mismo lo hagan todos los otros funcionarios que vayan llegando (Cámpora, Méndez San Martín, etc.), como orden del día". Así, una vez que dejamos a Evita, fuimos a invitar a los que hacían la cola del colectivo a subir al automóvil oficial".
Recordando los tiempos de Evita en el Palacio Unzué, Francisco señala: "La señora no tenía ‘noches de gala". Todos los días se terminaba acostando a las 3 de la mañana, porque se quedaba trabajando en su oficina. A las 12 de la noche o a la 1 de la mañana, ella estaba todavía en su despacho en el ministerio y la llamaba el general: ‘Venite enseguida’. ‘Sí, Juan, dentro de 5 minutos voy’, decía ella. Eran las 3.30 de la mañana y todavía estaba atendiendo gente. Ni salía a almorzar. Dormía poco. Una hora o dos, a lo sumo. Quizás ella se sentía ya enferma y quería darlo todo".
Francisco rememora: "Cuando llegábamos a la residencia presidencial, a las 4.30 de la mañana, no ingresábamos por la entrada oficial del chalet. Lo hacíamos, por atrás, donde actualmente está la Biblioteca Nacional. Evita se sacaba los zapatitos (tenía pies muy pequeños) y se iba corriendo escaleras arriba para que no la escuchara el General, que ya estaba dormido a esa hora".
"Los jueves, Evita no salía. Era la jornada (o más bien la tarde) que dedicaba por completo al General. A la residencia de Olivos no le gustaba ir en lo más mínimo. En el Palacio Unzué, Perón y su círculo más próximo veían películas en la planta baja. Eran enviadas por Raúl Alejandro Apold". Al respecto dice Molina: "Hijo", nos llamaba Perón, ‘vamos al cine’, y veíamos todos los estrenos/…/ Evita rara vez tenía tiempo para estas funciones. Ella sólo disfrutaba cuando la llevábamos a la quinta de San Vicente a caminar".
"Teníamos por ella un gran fanatismo porque veíamos cómo se sacrificaba", recuerda Francisco además de que le tocó llevar a Eva a internarse cuando estaba gravemente enferma: "Ese día se sentía muy mal, íbamos con Méndez San Martín. La esperaba el ‘maestro’, como llamaba al doctor Ricardo Finochietto. Eran como las 9 de la noche. Eva me dijo: ‘Vamos hijo, al Policlínico Presidente Perón’. Llegamos al portón, ya nos estaban esperando y a Evita le salió de adentro una expresión: ‘Ay, pensar que hice esto para mis grasitas, y ahora tengo que venir yo acá’. Llorando, lo dijo, y nos hizo llorar a todos".
Sobre el afecto que Eva Perón tenía por su personal, el sanjuanino contó cómo ella se ocupó de sus choferes hasta poco antes de morir repitiendo palabras que le dijo Perón: ‘Ella me dijo: ‘Mira Juan, no quiero que a mis choferes me los manosee nadie. Así que ustedes a partir de este momento quedan al servicio mío".
Evidentemente, un testimonio valioso del sanjuanino Francisco Ernesto Molina, como tantos otros que destacan a la "abanderada de los humildes", que según el New York Times "She was the most extraordinary woman in Latin América" (Ella fue la mujer más extraordinaria en América Latina).
