En Agustín el primado lo posee el amor, pero ante todo el amor a Dios, fuente y culmen de todo. El amor a Dios es posible porque es un don de lo Alto: "Porque somos todos amados, es que nosotros podemos amarlo". Ese amor no proviene del hombre sino del Espíritu Santo. "Busca cómo el hombre pueda amar a Dios: absolutamente no lo encontrarás sino en el hecho que Él nos ha amado primero. Se ha dado a sí mismo como objeto de amor".

El amor a Dios se opone al amor al mundo. "Si habita en nosotros el amor al mundo, el amor de Dios no tiene dónde encontrar lugar". Las cosas del mundo son temporales y no dan toda la felicidad, por lo cual Dios no prohibe amar sus creaturas, pero prohibe amarlo con el fin de obtener de ellas toda la felicidad. El santo está convencido que "toda alma sigue la suerte de lo que ama". Y está convencido también que cada uno es tal cuanto el amor que tiene". Y ese amor derrochado en los demás, ya desde ahora nos hace felices pensando en la dicha eterna.

Para san Agustín, todos somos "mendigos de Dios": "Se reconoce pobre el que se da cuenta de tener a su lado un pobre. ¿Cómo? Por mucho que puedas tener, por muy rico que seas, eres mendigo de Dios". 

Cristo ha condescendido a nuestra condición para transformarla por el amor: "Cristo ha venido para cambiar nuestro amor, para hacer de nuestro amor terreno un amor de amigo y vida celestial". Si estaba en la antigua Alianza, Agustín se pregunta cómo puede ser "nuevo" ese mandamiento. Lo es en cuanto renueva a la persona. "No todo mandamiento renueva al hombre que lo sigue, o mejor, que lo observa, como este amor, que el Señor distingue de aquél puramente carnal… Es este amor que nos renueva, volviéndonos hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, cantantes del cántico nuevo".

 

El amor también embellece: "Nuestra alma es fea por culpa del pecado: se vuelve bella amando a Dios. Qué otro amor puede hacer bella el alma que ama?… ¿De qué modo seremos hermosos? Amando a Dios, que es siempre bello. Cuando crece en ti el amor, crece la belleza. La caridad en efecto, es la belleza del alma". La belleza es la armonía entre las partes. La persona que ama visibiliza esa armonía. Y la tristeza, como bien explica H. Arendt, en san Agustín es ante todo el temor a perder ese bien armónico.

Amor a los pobres

El santo tiene gestos originales. Cuenta su biógrafo, Posidio, que en una oportunidad el santo llegó a vender los vasos sagrados para dar alimentos a los pobres. Esta forma de comportarse de Agustín, era común también de hallar en los obispos de la edad tardo-antigua. Para ello se valían de las colectas realizadas en las misas dominicales, como actualmente en nuestros días.

San Agustín refiere que los monjes de Egipto tenían el hábito de deshacerse de lo que no le es necesario "hasta el punto de enviar barcos cargados de víveres a los lugares donde vive gente pobre y necesitada".

En agosto del 410 se dio el saqueo de Roma. El grave problema de los necesitados se acentuó en África con dicho saqueo e hizo llegar hasta Hipona mismo multitud de refugiados. A ellos socorrió el santo. A la luz del descubrimiento de 22 nuevas cartas del hiponense, se muestran iniciativas de caridad de Agustín hacia los pequeños agricultores, hacia los esclavos, a los niños abandonados.

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García 
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo