Los problemas que trata la ecología no son nuevos. Sabemos que los ecosistemas han sido alterados siempre por el hombre. Hace más de diez mil años talaban árboles para conseguir madera y lograr amplios espacios para sembradíos. Por lo tanto, los problemas del medio ambiente no han surgido en 1869 cuando Ernst Haeckel acuñó el término "ecología”. Lo que pretendió fue dar significación al medio ambiente. Era para él la casa de todos para el estudio y la ciencia.
La historia, a la que se tomó por partes -hoy nos damos cuenta- es una sola historia en la medida que advertimos que hechos aparentemente aislados, que ocurrieron en oriente hace cientos o miles de años, tienen implicancia en la vida de relación del presente en oriente y en el propio occidente. Ya no puede el mundo resolverse desde un polo si no cuenta con la anuencia del otro polo. Lo que ocurre en el extremo de un continente incide en el otro extremo. Lo que afecta a unos, bien o mal, afecta a otros más allá de las distancias.
La deteriorada capa de ozono del cono sur, sobre la Antártida, debe preocupar por igual a quienes habitan el cono norte. Más nos vale que nos de la sensibilidad y capacidad para advertir a tiempo cuándo las dificultades, los inconvenientes y las contrariedades son de todos.
Resulta inevitable para los seres vivos transformar y modificar los lugares donde desarrollan sus actividades. Concretamente, el ambiente en el que viven. Pero si el hombre no usa los recursos de la naturaleza con la debida racionalidad, compromete a las futuras generaciones. La capa de ozono es un filtro divinamente eficaz, porque solamente lo poseen armoniosamente los espacios del universo donde Dios dispuso que haya vida. No velar por ella, no protegerla, no esmerarse en cuidarla como a una porcelana significa no sólo alterar el medio ambiente, sino también, atentar contra la vida. En 1974 los responsables de la gran polución en el mundo se atrevieron a aceptar que el adelgazamiento de este precioso gas llamado Ozono es provocado por los clorofluorocarbonos empleados en los "inofensivos aerosoles” y en equipos de refrigeración. El agujero crece y aunque parezca una ironía nos atrevemos a decir que los rayos ultravioletas no son, precisamente, los responsables del alarmante aumento del cáncer de piel que ha enmudecido a las estadísticas. Los rayos ultravioletas existen y por algo están. Los verdaderos responsables somos quienes les permitimos, a estos rayos, llegar a Tierra con toda su intensidad por haber debilitado con nuestras inconductas la preciosa capa.
La Antártida soporta el mayor nivel de destrucción del gas creado preferentemente por Dios, para que la tierra tenga vida en medio del ataque cósmico de infinitos millones de millones de partículas que transitan el espacio. Las tempestades solares, a este ritmo incontrolado de desaciertos incomprensibles, terminarán en pocos años achicharrándonos como a gusanos. Ya se advierte un calentamiento inusual del que todos hablan como si la culpa la tuviese el otro, incluso, el mismísimo sol.
La humanidad ha comenzado a sentir los efectos en la salud producidos por las radiaciones UV-B que se incrementan por minuto, iniciando y promoviendo el cáncer de piel maligno y no maligno. El 90% de los cánceres de piel se atribuyen a los rayos UV-B. Si hubiese una disminución en la capa de ozono de un 1% podría incidir en aumentos de un 4% a un 6% de distintos tipos de cáncer de piel. El melanoma, cuya relación con exposiciones cortas pero intensas a los rayos UV parece notoria, puede llegar a manifestarse hasta 20 años después de la sobre exposición al sol. Debemos conocer que ocasiona daños severos al sistema inmunológico, motivo por el cual las personas quedan expuestas a la acción de peligrosas bacterias y virus.
Los rayos UV provocan lesiones de consideración a los ojos, especialmente lastima la córnea que absorbe con facilidad las radiaciones, al punto que a veces se producen cegueras temporales y se desarrollan cataratas. El aumento de estas radiaciones provocarán problemas gravísimos en los ojos que no serán, precisamente, cegueras temporales. Esos daños ya se están produciendo.
Las quemaduras del sol no sólo avejentan la piel sino que cada minuto son más graves, aumentando notoriamente la dermatitis alérgica y tóxica. Reduce el rendimiento de las cosechas. Algo muy grave, en su despliegue de calor inusitado produce serios daños en materiales y equipamiento que están al aire libre. Esta es una muestra evidente y natural del recalentamiento global del planeta ya que los índices tradicionales están siendo bastamente superados y los serán más, aún, cada minuto que pasa. La insensatez del hombre le aleja cada vez más de la vida. No siempre la ciencia y la técnica serán útiles en la protección y defensa del planeta en medio de la desplegada irracionalidad humana.