El Sábado Santo invita al silencio, se nota con fuerza un silencio lleno de significado. Hoy algo falta, se ve en la iglesia, el sagrario vacío; no es un día habitual, la eucaristía recién se celebra la noche anticipando el amanecer del domingo, cuando unas mujeres vieron a Jesús resucitado. Se ve la soledad en la espera hasta que brille la luz de la resurrección. El silencio contiene el misterio de la encarnación del Verbo, hechos y enseñanzas de Jesús en su vida terrena, la cruz, la resurrección, no se llega al desánimo porque junto al dolor está la esperanza en la resurrección. El silencio ayuda a entender que la victoria sobre el mal y la muerte es la resurrección.

El viernes mostró el dolor con la crudeza de la cruz, el sábado alienta la esperanza con el silencio de la meditación del misterio de la pasión. Esa meditación actualiza un tema inevitable al analizar la religiosidad humana, el sufrimiento; para el teólogo Von Balthasar “el sufrimiento humano es la plena posibilidad del hombre”; posibilidad de ser y sentirse humano ante el infinito. De distintas maneras se ha pensado esa relación entre finito e infinito, Pascal desde la fragilidad humana, consciente por el pensamiento, puede ver grandeza en la finitud humana que se reconoce a sí misma ante el infinito. Agustín entiende el tiempo, en la comparación con la eternidad, la vida humana es temporalidad que puede comprenderse como lo no eterno, pero que reclama contemplar de algún modo la eternidad, para que la existencia tenga sentido. El sufrimiento, aceptado como voluntad del Padre eterno, está presente en el silencio del sábado santo, también en los acontecimientos que se actualizan en semana santa.

 Se vive la fe con intensidad y se espera la resurrección como consumación del triduo pascual.

Hoy sábado Jesús está en el sepulcro, Él fue quien realmente sintió el peso de la cruz. Edith Stein, quien llevó la cruz hasta el martirio en Auschwitz, interpretó eso: “El peso de la Cruz con el que Cristo se ha cargado es la corrupción de la naturaleza humana, con todas sus consecuencias de pecado y sufrimiento…”; entendió que el sufrimiento tiene sentido de expiación cuando antes ya hay una unión con Cristo, así sufrir tiene valor expiatorio cuando se descubre el sentido sobrenatural de los actos. De esa manera aceptar el sufrimiento como una forma de acompañar a Cristo a llevar su cruz, hace que se encuentre sentido al sufrimiento, pero para eso se necesita antes estar redimido, aceptar la gracia.

La Pascua da sentido al sufrimiento, porque el Viernes Santo ya está consumado; en adelante el sufrimiento del cristiano adquiere sentido por su unión con la cruz que Cristo llevó ese día.

El silencio del sábado sirvió para ver a Jesús resucitado, todo estaba cumplido, había que ver el final, la resurrección, lo vieron las mujeres que el domingo llevaron aromas al sepulcro y lo encontraron vacío.

Dos discípulos iban a Emaús, hablaban de lo ocurrido sin haber visto el final, se acercó Cristo y caminó con ellos sin que lo reconocieran.

“Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le rogaron insistentemente: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado”. Entró, pues, y se quedó con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista”, (Lc 24, 28-31).

Jesús estaba allí ya resucitado, lo reconocieron en la fracción del pan, nueva forma de permanencia entre nosotros; en esto puede verse una respuesta a la inquietud de los discípulos por el final de la trama mesiánica; en la cruz había dicho “todo se ha cumplido”, y ahora muestra ese cumplimiento efectivo, se lo puede ver en la fracción del pan, hasta que vuelva. 

 

 

Manuel Castillo   Profesor de la UNSJ