Es el día de los ñoquis, pero en lugar de un plato principal se servirá en esa mesa un postre. Será la torta del poder que empiece a ser cortada en rebanadas, y entregada en porciones a los se suban a la caravana de los triunfadores. Al menos en el lado del PJ, que de poder algo conoce.

El 29 es de junio, y es el día siguiente a las elecciones de diputados que marcarán una bisagra en el panorama político nacional, como ocurre habitualmente en las elecciones de medio término de todas las democracias del mundo: premian o castigan, de allí depende el nivel de oxígeno con el que llegan los ejecutivos a terminar sus gestiones.

No son unas elecciones cualquiera estas del 28 de junio: hay varias vidas -políticas, claro- jugándose. Se la juegan los opositores, a todo nivel: Solá y Macri porque una elección digna los eyecta al espacio presidencial, aunque luego deban dirimir un solo lugar entre ellos dos, igual que Cobos y Carrió; De Narváez, para quedar cerca de la gobernación bonaerense; Basualdo y Colombo para mantener el oxígeno, o Ibarra para confirmarse como aspirante a la sucesión por la vía colectora. Pero, especialmente, se la juegan los oficialismos: los Kirchner porque es su última bala en la cartuchera y del resultado de ese día dependerá si los restantes dos años de Cristina serán de ejercicio del poder o de valor testimonial; y Gioja porque ese escrutinio llevará impreso el destino de su futuro político.

No hay nada de malo en eso, sólo que la agresividad con que se juegan esos futuros debería bajar un cambio para hacérselo más digerible a la ciudadanía. El panorama de crispación con los gobiernos recitando yo o el abismo y oposiciones prediciendo continuas apocalipsis y alegrándose por ellas, es un buen combustible para el hartazgo.

Pero así son, retirando esa tensión bien criolla, las elecciones de medio término en todo el mundo: se premia o se castiga, sin grises. Alumbran nuevos liderazgos o consolidan a las administraciones. Cambian el capítulo o aportan una bocanada de oxígeno.

La historia de este ejercicio es inspiradora, especialmente en la provincia: en las primeras elecciones de medio término luego del reinicio democrático, el entonces gobernador Leopoldo Bravo renunció a su cargo -eso mismo que hoy espanta pensar de los K en el caso de una derrota- al caer en manos de la ola alfonsinista que derrotó a sus candidatos en 1985. ¿Habrá pronunciado el caudillo aquella frase que se le adjudica asociando a los electores con los excrementos de paloma?

A nivel nacional, también la historia arroja enseñanzas. En 1987 -segundas de medio término de Alfonsín para un período de 6 años- y en 1997 -medio término del segundo mandato de Menem- fueron el principio del fin de dos presidencias fuertes. Ni hablar de la paliza parlamentaria que recibió De la Rúa en 2001, días antes de salir en helicóptero.

Eso mismo es lo que se juega ahora, para los tiempos de un sistema hiperpresidencialista que cada tanto necesita un correctivo. Y que, gane quien gane, demandará una nueva organización política hacia el futuro inmediato.

Anunció el peronismo que se sentará a reflexionar alrededor de una mesa a la que sólo tendrán boleto de entrada los que ganen. Ahora, ¿qué se entenderá hoy por el peronismo? ¿Será el kirchnerismo, en caso que siga existiendo por encima del sello partidario como hasta ahora, será el kirchnerismo ampliado -con la incorporación de las recientes fugas como Reutemann- o será toda la diáspora con los regresos de duhaldistas y menemistas?

Dependerá de cómo se procese el resultado de la provincia de Buenos Aires. De allí la gravitación de ese distrito que además de representar un tercio del electorado nacional, concentra a los pesos pesados como Kirchner y Scioli de un lado, De Narváez, Solá, Stolbizer y Alfonsín del otro.

Si hay un triunfo de Kirchner que incluya una diferencia generosa, entonces no aceptarán condicionamientos. Será el ex presidente el vigente pivote de las decisiones políticas y será el gobernador bonaerense el aspirante natural a la sucesión en la Rosada, siempre que ninguno de los K se sienta tentado.

Si, en cambio, el triunfo es por diferencias mínimas, el ultrakirchnerismo deberá llegar pidiendo permiso a esa mesa. Tendrá voz y voto, pero no veto. Y deberá aceptar sin derecho al pataleo el regreso a casa de los que fueron eyectados por las impericias propias, como el ex piloto o el cordobés Schiaretti.

Ahora si pierde, será el final. Será el mismo 29 cuando escuchen que golpean la puerta para pedirles que devuelvan el sello del partido. Y la principal preocupación del oficialismo pasará de ser las expectativas electorales en el 2011, a cómo establecer alianzas que permitan al gobierno llegar sano y salvo a ese momento.

Ante estas cartas sobre la mesa, está claro que a Gioja y sus chances de proyección nacional le quedan bien las hipótesis intermedias. No perder en Buenos Aires porque a todo el arco de gobernadores identificados con el kirchnerismo les costará mantener el espacio ante la embestida de otros sectores peronistas, y más si los que ganan son De Narváez y Solá. En la fila para ese momento también se anotan los Duhalde o los Rodríguez Saá.

Pero tampoco un triunfo rotundo: entonces no habrá forma de bajar a Scioli -excepto un descalabro en la gestión- o al propio matrimonio si se siente bendecido en el territorio más grande del país.

El punto caramelo para Gioja será una victoria de Kirchner en la provincia que lo mantenga activo, porque él representa a una camada de gobernadores beneficiarios del modelo obra pública-dependiente que surgió bajo el ala K. La campaña provincial viene teniendo esa marca indisimulable, de probado rendimiento en el electorado: hace poco fue el Centro Cívico y, no falta mucho para inaugurar el hospital o para echar a andar las turbinas de Caracoles.

Saben en San Juan que Gioja puede surgir como alternativa del propio kirchnerismo si es que es que le entra el agua a la sala de máquinas del candidato puesto: Daniel Scioli. No disimularon los operadores provinciales el entusiasmo por difundir un comentario aparecido en un diario chubutense en el que se cita al mandatario de esa provincia, Mario Das Neves, entre los mejor posicionados para la sucesión junto al sanjuanino y el bonaerense. Justamente, tres dirigentes capaces de producir una apertura en la rígida partitura impuesta por los santacruceños.

Para eso, llegar con chances al año que viene, hace falta un par de cosas. Primero, obtener el mejor resultado electoral posible el 28. Porque el 29, los gobernadores que se sienten en la mesa de la transición tendrán frente suyo los porcentajes de cada uno como para ir encolumnando las jerarquías: siempre primero el que más sume.

Y segundo, tener bien presente el concepto de lealtad que reclama el momento. Ahora, Kirchner necesita de los gobernadores e intendentes como ellos necesitaron de él. Y hay una jugada en el PJ disidente para convencerlos de que corten boleta para evitar el supuesto incendio del 29.

Kirchner pasará lista y no tolerará a nadie que saque más del 5% en los distritos bonaerenses que su propia lista. Y a los caciques provinciales que más lo empujen les quedará debiendo el envión. Que deberá agradecer, si es que queda vivo.