La mayor parte de la educación de los hijos se realiza de modo indirecto, es decir, mediante el ejemplo de los padres. El "aprendizaje por modelos" es la imitación de los hijos a sus padres. El ejemplo de los padres juega un papel fundamental en la educación porque los niños están atentos a lo que hacen y dicen los padres, para imitarlos. Los hijos ven en sus padres el modelo a seguir.

Papá y mamá, además de transmitir conocimientos y normas, demuestran con su vida y ejemplo, una línea de conducta, una identidad sexual y una personalidad ejemplar. En una palabra, los padres educan, no sólo a través de sus palabras, sino fundamentalmente a través de su conducta, de los valores que viven y defienden, por sus virtudes practicadas en el seno del hogar. La educación por modelos forma la conciencia moral de los hijos con los valores y las virtudes que los padres encarnan en sus propias vidas. Así se realiza la capacitación de los hijos para el ejercicio responsable de la libertad, fundamentada en la verdad y el bien, para regular y ordenar las propias conductas. Por otro lado, en el proceso educativo es esencial el diálogo y la confianza. Los hijos deben saber que pueden hablar con sus padres de cualquier tema y que pueden hablar cuando algo les preocupe. Es importante que los niños tengan con los padres una relación abierta que les permita dialogar libremente y dirigirles sus interrogantes. No hay educación si no se establece una intercomunicación. Todo hijo desea que sus padres lo atiendan, le dediquen tiempo, lo tengan en cuenta y escuchen con atención lo que cuentan sobre sus cosas. Los padres son los principales educadores de sus hijos, y han de sentir la responsabilidad de esa misión, que exige de ellos dedicación, comprensión y amor incondicional.

El mejor sistema para alcanzar una relación de confianza es una relación de amor y respeto. No es camino acertado para la educación, la imposición autoritaria y violenta, el "no porque no" sin demostrar las razones y las conveniencias. Más bien los padres deben llegar a ser amigos (no compinches) de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amorosa, unas normas y límites que ayuden a actuar bien. Para todo esto, es necesario que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos y hablar con ellos. Ciertas carencias de los padres, tal como ausencia de la vida familiar de uno o ambos padres, el desinterés educativo, etc. son factores capaces de causar en los hijos traumas emocionales y afectivos que pueden entorpecer gravemente su desarrollo.

Los hijos deben ser para sus padres lo más importante de la vida: más importante que el trabajo, que el descanso, que la televisión. En esas conversaciones conviene escucharles con atención, esforzándose por comprenderlos, discerniendo y reconociendo la verdad, enseñándoles a considerar las cosas y a razonar; no imponerles una conducta, sino mostrarles los motivos, humanos y sobrenaturales, que la aconsejan. En una palabra, respetar su libertad, para que puedan ser libres responsablemente. Y para esto no hay edades o lugares más adecuados que otros, para comenzar una conversación. Los padres deben aprovechar, espontáneamente, las oportunidades ordinarias de la vida: un almuerzo, un paseo, un programa de TV compartido, etc. Todos son buenos momentos para educar.

Es importante insistir en la cantidad y en la calidad del trato con los hijos. Con el diálogo abierto y la confianza mutua, los hijos deben contar con sus padres siempre. Fallan los padres cuando critican a sus hijos cuando se equivocan, cuando no los elogian en sus triunfos, cuando no los apoyan y alientan en sus derrotas. Hay que lograr una actitud de aceptación y comprensión, tratar de situarse en el lugar del hijo, intentar ver las cosas como él las ve. Esto es una actitud empática: mirar con los ojos del hijo. El preguntarse cómo le llegan al hijo los mensajes y los mandatos puede evitar comportamientos de choque o conflictos. Cuando los padres se ganan la amistad de los hijos, estos tenderán a identificarse con ellos, y así, la formación moral necesaria para todas las épocas y lugares, podrá impartirse ya no como una imposición, sino como la consecuencia del amor. El hijo se sentirá amado y cuidado por sus padres.

Todo lo dicho hasta ahora supone que los padres estén preparados para saber educar a sus hijos. Y si no lo están, han de prepararse. En esta tarea educativa, los padres no pueden contentarse con evitar lo peor en sus hijos, que no se droguen, que no cometan delitos o se alcoholicen, etc., sino que deberán esforzarse en educarlos en los valores verdaderos de la persona, en la práctica de virtudes, la libertad, la responsabilidad, el servicio, el trabajo, la solidaridad, la honradez, etc. Principalmente, educarlos en la fe, que si es cristiana, consistirá en vivir todos los días en gracia de Dios, en practicar los mandamientos y encarnar las virtudes humanas y cristianas, esforzándose en ser buenos ciudadanos y santos cristianos, para la mayor gloria de Dios.