Las prácticas docentes en las instituciones educativas cobran sentido, cuando se acepta que la diversidad es una construcción donde se toma como punto de partida, el respeto y la valoración por las diferencias individuales. Por lo general, se aceptan las diferencias en la medida que correspondan a nuestro dominio, conocimiento y control. Las diferencias personales aluden a las posibilidades individuales, lo que se traduce en términos escolares, en la discriminación de los alumnos en los "que pueden y los que no pueden aprender”. Formas estas de marginación social y personal. Esta ubicación en el contexto es el que determina para qué se le enseña y cómo se enseña. Es interesante observar que el "estigma” no se produce, por un signo físico o mental, sino que hay situaciones sociales que ubican a los diferentes actores en las categorías "estigmatizados”: la cultura, la pobreza, la desocupación. Estos supuestos dan lugar, en el terreno escolar a justificar el fracaso escolar en los resultados del aprendizaje. Cuando decimos "los chicos de zonas alejadas, o sectores populares tienen dificultades para aprender” se los asocia a un "déficit cultural” y no a una cultura diferente. Aparecen así escuelas suburbanas, escuelas de alumnos con problemas de conducta, escuelas del plan social. Estas denominaciones generan escuelas, alumnos y docentes "estigmatizados”. Este proceso va creando diferenciación negativa.
No reconocer la diversidad trae serias consecuencias como promoción de la marginación, separación "de los que pueden y no pueden”, escuelas de primera, y de segunda ¿Por qué no rescatar desde la escuela, el valor de lo diverso como posibilidad de lograr interacciones, donde las identidades se complementen y enriquezcan? La escuela puede ser concebida como un lugar de encuentro, como espacio multicultural de construcción y de significación, pero también, como un lugar producto de una realidad que es necesario comprender para poder operar en forma activa y creativa. Es preciso pensar que el contexto social, cultural, económico en donde se ubica la escuela condiciona de una manera decisiva la vida en el interior de las aulas y los alumnos.
Las identidades culturales diversas son relevantes no sólo para quienes las sostienen, sino para el conjunto del tejido social. En este sentido, no toda la pluralidad es igual a una sociedad pluralista democrática y hacen falta los vínculos y el reconocimiento de las diferencias. El desafío es construir una cultura escolar que procese la diversidad, y procure potenciar las competencias que promuevan el intercambio de las diferencias. Ello implica proponer una escuela en y para la diversidad que no es lo mismo que la diversidad en la escuela.
La tarea consiste en articular los dos aspectos del acto pedagógico: por un lado, el de la selección de recursos didácticos y gradualidad de la enseñanza y otro, el de las condiciones corporales, orgánicas, intelectuales del alumno que aprende, en un contexto socio-cultural determinado. No es un camino sencillo. Es un hecho que la escuela pasada y actual no fue pensada y desarrollada para acoger la diversidad de personas (Jiménez y Vilá 2001).
Si pretendemos alcanzar una sociedad democrática con valores de igualdad, tolerancia, el concepto y la realidad de la diversidad es fundamental. El requisito básico en este tema será precisamente el "ser consciente” de ella. Esto supone buscar estilos nuevos de enseñanza, otros conceptos del apoyo tanto interno como externo, nuevos modelos de interacción en las aulas, proyectos de trabajo que den respuestas a todos los alumnos. Reclamar también el papel activo de la familia en este proceso. Entender que ser diferente no es un defecto, sino un valor, aceptando la diferencia como un hecho natural y necesario. Por ello, cabe pensar que cada alumno tiene diferentes estilos de aprendizajes, los cuales son formas particulares de aprender y se conforma tanto por las características personales como las experiencias de cada persona. Lo ideal es que el docente planifique actividades que favorezcan los distintos estilos de aprendizaje (activo, reflexivo, teórico) generando experiencias para que el alumno pueda involucrase de manera activa.
La diversidad más que un concepto es una forma de vida y como tal es también una meta a alcanzar. Es imprescindible una transformación profunda del sistema educativo que plantee la educación desde una perspectiva inclusiva. Este cambio, requiere del compromiso del conjunto de la institución, enmarcada en la política educativa actual.
(*) Especialista en educación, escritora, productora del programa "Botica Educativa” Radio Sarmiento.
