Aunque no tengo vocación política no soy indiferente a todo lo que corresponde al arte de gobernar un país.

Si yo llegara a la primera magistratura del país imitaría las presidencias docentes argentinas que protagonizaron Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda.

El objetivo primero y fundamental de la educación es el de proporcionar a los niños, a los jóvenes de uno y otro sexo, una formación plena que les permita conformar su propia y esencial identidad, así como construir una concepción de la realidad que integre, a la vez, el conocimiento y la valoración ética y moral de la misma. Tal formación plena ha de ir dirigida al desarrollo de su capacidad para ejercer, de manera crítica y en una sociedad axiológicamente plural, la libertad, la tolerancia, la solidaridad, la templanza, la fortaleza, la prudencia y la justicia.

En la educación se transmiten y ejercitan los valores que hacen posible la vida en sociedad, singularmente el respeto a todos los derechos y libertades fundamentales; se adquieren los hábitos de convivencia democrática y de respeto mutuo y se prepara para la participación responsable en las distintas actividades e instancias sociales. La madurez de las sociedades se deriva, en muy buena medida, de su capacidad para integrar, a partir de la educación y con el concurso de la misma, las dimensiones individual y comunitaria.

Si yo fuera presidente de los argentinos trataría de conciliar justicia y libertad para que la vida sea libre y responsable para cada uno y justa para todos. Consultaría a quienes han demostrado ser la conciencia de nuestra sociedad. Respetaría a los que son capaces de una observación imparcial, principalmente en las querellas partidarias. Desconfiaría de los que viven encerrados en sus propios esquemas ideológicos y en las creencias desatinadas de que su intransigencia los llevará a la victoria.

Persuadiría a las autoridades de la educación que no exijan a los docentes el cumplimiento de obligaciones que no se corresponden con su situación económica, pues han demostrado en sus actividades habilidad en el trabajo para superar la adversidad y salir fortalecidos de exigencias profesionales desmedidas.

Trataría de incorporar a una "elite” política que colaborara activamente en el liderazgo de nuestra sociedad. Favorecería los beneficios del crecimiento económico sin dejar de preocuparme por las responsabilidades del poder político.

Como el gobierno al que aspiro debe ser democrático, observaría con inquietud y desasosiego, a los que incorporan a su discurso ideológico el maniqueísmo, también a los que demuestran un fuerte dogmatismo y se convierten en apologistas de dictadores "carismáticos”.

Además, trataría de multiplicar espacios de reflexión y crítica que orienten al pueblo ayudándoles a madurar el pensamiento. Me preocuparía más por la calidad del hombre que produce una cultura económica que por un hombre meramente económico. Y mantendría una comunicación respetuosa, no sólo con aquellos con coincidencia política sino también con los que poseen pensamientos ponderados con inteligencia crítica.

También convocaría a colaborar a los que no encuentran partidos políticos con el cual identificarse, decepcionados por las grandes contradicciones. Reivindicaría los derechos civiles para limitar el autoritarismo y el despotismo. No pretendería ejercer la hegemonía económica, como tampoco la hegemonía política.

Colocaría asimismo a todos los que trabajan en condiciones económicas y sociales que les permita sostener una digna calidad de vida. Trataría que los conflictos sociales no se conviertan en revueltas provocadas por activistas fanáticos que responden solamente a la intimidación y a la violencia, proponiendo que los conflictos puedan ser dirimidos con la justicia.

Considero que el intelectual tiene el deber de pensar y hablar, pero que para hablar y opinar hace falta valor y que para tener valor hace falta también tener valores.

Soy una convencida de que hay que disminuir fanatismos y persecuciones destructivas. Hay que promover la creación de ideas y convicciones para influir espiritualmente en los más jóvenes, aferrándolos a un sistema de valores firmes y positivos, en un ambiente adecuado donde puedan realizar las tareas de su propia perfección para que no se dejen arrastrar por la corriente superficial y frívola o por la mera imitación colectiva que son signos de nulidad humana. Sin duda evitaría que se genere una forma de vida sin esfuerzos y sin responsabilidades.

En fin, trataría de que se den cuenta que la deshumanización que ha sobrevenido engendra un sistema mecánico de existencia en el que los más jóvenes olvidan lo que hay de grande en sí mismo y no advierten las elevadas categorías de la persona. Hay que volver a la educación de los valores.