Lo conocimos hace unos años, en oportunidad de recibir en el Senado de la Nación un premio a nuestra trayectoria artística. Se acercó a darnos un abrazo, y desde ese momento y a pesar de que sólo lo vimos una o dos veces más, sentimos con Hugo que teníamos un nuevo amigo.

Ya no canta un intérprete de raza y un autor y compositor talentoso. Eduardo Troncozo ha vuelto en silencio a su San Juan querencia, aunque lo sobrevuelen tonadas y valses memorables con los que homenajeara a la vida y a su pueblo. Herida, su guitarra novia, ha de preferir hacer el duelo en un escondrijo de pájaros mudos. Por un tiempo, sólo por un tiempo. Luego los pájaros han de asaltarla de arpegios y rasguidos, para pasar con ella al tiempo de lo eterno.

Los populosos y agrestes barrios de Chimbas reciben al hijo que vuelve de un concierto de tonadas en el ruedo de la vida. Allí, donde fue trovador señero y buena persona. Las callecitas pedregosas de su departamento natal han de llenarse ahora de magia y de cogollos. Eduardo ha dejado atrás más de 20 años de ausencia de su tierra, para colarse, retornar de puro noble a la mejor presencia, la de la música imperecedera, la que sobrevive a las muertes, a los alejamientos y a los decretos de los dictadores, la que puede señalarnos por siempre como hacedores de almíbar en ciudades y desiertos, como predicadores de Biblias populares en barriadas y peñas.

Querido Eduardo, amigo, ya sé que la letra que te enviara para que le intentaras el noviazgo de una música ha de quedar en pura brisa, porque llegó a tus manos cuando ya estabas enfermo. Yo no lo sabía. Me contenta y alcanza con tus simples palabras agradeciéndola y comprometiéndose a abrazarla con acordes. Ya lo hiciste, el tiempo frutal que reivindica sin límites a los músicos me es suficiente para entender que, igualmente, hemos hecho una canción en común, en la cual estrechamos la fortaleza de la amistad y nos dimos el gusto de entregar algo más a nuestro San Juan.

Estos instantes son irremediablemente tristes. Pero, tristeza nada más, ese hálito de pequeños dolores que puede acorralarnos por ahí. Luego, las alas de la vida retoman el viento cotidiano y en él encuentran la verdadera obra de los grandes, esa que los sobrevive.

Por eso, me asaltan el corazón las estrofas del verso de Raúl González Tuñón a la muerte del mago de pueblo, Juancito Caminador: ‘Terminada la función, canción paloma y baraja, todo cabe en una caja, todo menos la canción”.